martes, 10 de mayo de 2016

Europa

Ayer fue el Día de Europa. En todas las noticias y periódicos lo celebraban hablando de la situación actual de la Unión Europea, que no atraviesa precisamente su mejor momento. Yo he escrito algunas veces sobre mis sentimientos hacia Europa, pero nunca sobre Europa en sí misma. Me considero más europeo que español, y más español que de tal o cuál provincia, cosa que la verdad no me mueve lo más mínimo. Soy de los que, cuando habla con un norteamericano, prefiere decir que es "de Europa", igual que ellos dicen que son "de Estados Unidos". Y, del mismo modo que yo pregunto de dónde son más concretamente para saber si vienen de Ohio, California o Florida, espero que ellos hagan lo mismo para saber si soy Español, Francés o Alemán.

Huelga, pues, decir que yo creo en Europa. Por desgracia, igual que no creo mucho en esta España, tampoco lo hago en esta Europa. Ambas tienen que evolucionar.

Todos los inicios de siglo, especialmente los que llevan a un inicio de edad, se caracterizan por grandes cambios tecnológicos y sociales. Todos, sin excepción, se resuelven gracias a la innovación, ésa que tan lejos nos queda ahora. Por alguna razón, no sé si psicológica o qué, la sociedad de fin de siglo espera algo del nuevo: vive con una esperanza diferente. Eso le lleva a soñar, exigir y moverse en favor de cambios. Así que la sociedad los impulsa y ocurren.

El final del siglo XIV se caracteriza por el auge renacentista y el inicio de la Edad Moderna: descubrimiento de América, imprenta, revolución de los precios... A finales del XVIII y principios del XIX, las revoluciones constitucionales: Estados Unidos, revolución francesa, expansión del pensamiento ilustrado. A finales del XIX y principios del XX, la segunda revolución industrial lleva al sindicalismo y las ideas anarquistas y comunistas. Y ahora vivimos el final del XX e inicio del XXI, con toda una serie de cambios tecnológicos, ideológicos, culturales y sociales que aún vivimos y hacen entrar en crisis a todas las instituciones.

En esos momentos de grandes crisis, las naciones que lideran cambios en favor de las inquietudes sociales suelen ser las que lideran el siguiente periodo. Por ejemplo, España mantuvo un papel preponderante en la Europa de principios del siglo XV, creando una administración totalmente diferente a lo que se había visto hasta entonces: inventamos la burocracia actual. Puede parecer que fue un gran error, porque hoy la burocracia la consideramos algo muy negativo, pero en su momento era el no va más de la gestión administrativa. Hoy es un sistema caduco y habría que cambiarlo. Pero entonces fue revolucionario. Y lideramos el siguiente siglo (de hecho, los dos siguientes). Éramos innovadores: hicimos la primera carta de derechos, concretamente para los indios; creamos la unidad militar más potente del momento, imbatible durante más de un siglo y medio; inventamos la administración moderna, y dictamos las modas, tendencias y gustos de toda Europa durante 200 años.

En el cambio del siglo XVIII al XIX, Estados Unidos y Francia pasan a ser las primeras democracias del mundo, aunque Reino Unido tenía ya un sistema similar. No es casualidad que Francia y Reino Unido sean las dos grandes potencias del siglo, y que Estados Unidos, poco a poco se alce frente a las naciones europeas.

En el cambio del XIX al XX, Reino Unido lidera todas las revoluciones, dotando de derechos a los trabajadores tras grandes crisis y movimientos obreros. Allí y en Estados Unidos surgen nuevas formas de sociedad, innovadoras e industriales, organizadas en favor del trabajo capitalista moderno que todos en occidente vivimos hoy. Que todos vemos como negativas, pero eso es porque hoy ya no funcionan igual: están viejas y hay que cambiarlas. Ambas son las grandes potencias del siglo, junto a la Unión Soviética, que encuentra sus propias soluciones a los mismos problemas, y Alemania, recién nacida por aquel entonces.

Las naciones jóvenes, más propensas a ser innovadoras, y las sociedades que no tienen miedo a adaptarse a los cambios y buscan en la innovación las soluciones a los problemas que tiene su época, son las que lideran el futuro cercano.

Y eso es lo que no me gusta en España ni en Europa. Todos en España queremos cambiar, pero nadie da recetas nuevas. Y lo mismo pasa en Europa. Este es un periodo de grandes cambios, de exigencias sociales como no vivimos desde hace unos 120 años. Y no estamos a la altura. Todos sabemos que el sistema administrativo, burocratizado, está caduco, pero nadie ofrece en su programa político algo nuevo, como un sistema extremadamente informatizado. Todos sabemos que el sistema político parlamentario bicameral no gusta en España, pero nadie ofrece una toma de decisiones drástica, como crear un sistema presidencialista unicameral donde se aúnen representación de población y territorial. Lo mismo pasa en Europa: los europeos en una gran mayoría votaron que "no" a esa constitución chapucera a más no poder, pero la impusieron y ningún ciudadano de a pie sabe cómo funcionan las instituciones europeas al detalle, porque son un follón de primera. Todos sabemos que hay problemas en legislación laboral, en el sistema educativo... Pero no hay soluciones innovadoras: todas son retoques de lo que hay.

Europa muere de vieja. Así de simple. Y España también. Mueren ambas de cerrazón, estrechez de miras y falta de innovación. Llegará pronto, porque las revoluciones nunca van mucho más allá de la segunda década del siglo, una nación que se asiente sobre nuevas formas de hacer política, de administrar y educar. Y no tiene pinta de que logremos ser nosotros. Nos toca este siglo estar a la cola, menuda faena. Así son las cosas en el mundo de las absurdas discusiones sobre cómo gestionar un sistema que está muerto.

Así es Europa. Y así también España.

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