viernes, 29 de abril de 2016

La Guerra del Rey Ludd

En tiempos de Napoleón, hace ya algo más de 200 años, el mundo vivía la primera revolución industrial, la de la máquina de vapor. Una de las primeras industrias en "disfrutar" de la industrialización fue la textil. Mucha gente en Reino Unido vivía de la lana, cardándola en sus hogares o fabricando telas en pequeños talleres. Las máquinas, esa estratégica esperanza para mejorar la productividad, eran también una amenaza para toda esa gente. Fue entonces cuando un obrero, presumiblemente apellidado Ludd, temeroso del destino de sus vecinos y amigos, saboteó máquinas en una factoría. No se sabe mucho de aquel hecho, pero sí que hizo que se levantasen muchos obreros para protestar contra la industrialización. Entonces nació la figura, mitad real mitad leyenda, del llamado Rey Ludd o General Ludd.

El problema nunca fue la tecnología: fue la adaptación de la sociedad a esa tecnología. Como siempre, la gente que más sufre es la menos preparada. Y, como siempre, los menos preparados son los que menos recursos tienen. Se supone que hoy, que existe la educación pública y todos en nuestro país tenemos una educación mínimamente buena, esto no debería ocurrir. Pero ocurre. Peor: ocurrirá de nuevo.

Vivimos la cuarta revolución industrial. En Alemania llaman a eso la "Industria 4.0", y tienen un plan estratégico para que las empresas vayan adoptando tecnologías punteras en sus procesos. En España también tenemos planes parecidos. No tan buenos, a mi modo de ver, pero parecidos. Sin embargo, no nos damos cuenta de que esa tecnificación exige nuevos profesionales y mentalidades que no estamos promoviendo en absoluto en nuestra educación. El problema no es que la industria se adapte: lo hará tarde o temprano. El problema es que, si para cuando lo haga, no hay profesionales capacitados, los de siempre sufrirán las consecuencias.

Según un informe de la Unión Europea, el 84% de los españoles piensan que los robots quitan trabajo a la gente. Exactamente igual que les pasó a los seguidores del Rey Ludd hace 200 años, ese 84% está equivocado. Los robots y, más aún, la inteligencia artificial, ayudarán en nuestros trabajos y, además, crearán todo un abanico de posibilidades entorno a las que se generarán nuevos tipos de trabajo.

A mi modo de ver, un problema grave es que solemos pensar que preparar para el mundo laboral es cosa de la universidad o la formación profesional. Y eso no es del todo cierto. A esa etapa educativa, los chavales llegan con una formación. Y, créanme, hay mucha diferencia luego entre un alumno que ha sido bien formado previamente y uno que no. Y, antes de la universidad, los chicos tienen que elegir carrera. Un alto porcentaje se equivoca y cambia tras el primer año. Hay muchos que escogen por motivos que nada tienen que ver con sus gustos, porque son jóvenes para saber qué quieren hacer. Y uno de los motivos es que hay muchísimas cosas sobre las que no tienen ni idea. Especialmente, las ciencias. Más específicamente, la tecnología.

Los políticos no tienen ni papa de tecnología, lo que es un fallo de diseño de nuestra forma de gobierno, porque jamás le prestan la atención necesaria y son incapaces de ver lo que demanda el futuro. Los profesores, siento decirlo, pero tampoco. No lo son muchas veces en la universidad, así que imaginen en el colegio. La enseñanza de las ciencias la considero muy mala en general. Entre otras cosas, porque lo más bonito en la ciencia es la búsqueda de respuestas, y en el colegio lo que hacen es dártelas y obligarte a aprendértelas. Si quieres buscar algo, te vas al patio a ver si hay lagartijas. Y si quieres aprender tecnología, con suerte, harás un pseudo-programa para llevar un robot de un sitio de la pantalla a otro. Útil, muy útil. Eso es dar sentido a la tecnología.

Así que los chavales llegan a la universidad eligiendo lo que les gusta. Y lo que les gusta es lo que les gusta usar, como los videojuegos, no lo que les gustaría hacer profesionalmente. Porque en todo el colegio no han visto nada relacionado con lo que realmente harán: ni la ciencia es ciencia de verdad, ni la tecnología es tecnología de verdad. Y al año de estar en la universidad y ver de lo que va la cosa, se cambian de carrera. Y, si no se cambian, acabarán teniendo un título y trabajando de algo totalmente diferente (normalmente tecnológico), después de aprender dándose de morros contra la realidad y los ordenadores. A los 40 echarán de menos hacer algo que les gusta y a los 50 asumirán que no quieren eso para sus hijos. Por desgracia, para entonces sus hijos ya estarán casi en la universidad, discutiendo con sus padres porque quieren aprender a hacer videojuegos, algo que sus padres saben que realmente detestará, porque jugar y programar no es lo mismo y su hijo no ha visto una línea de código en la vida. Y vuelta a empezar.

Lo que omito en esa historia algo exagerada es que, encima, algún otro país, como China, India o Estados Unidos (en todos ellos se promueve la enseñanza de computación en el colegio) estará formando a toda una generación de chavales que estarán orientados a la tecnología desde que son críos. Y cuando una empresa tenga que decidir entre nuestro hijo con título de derecho que sabe algo de robots porque no le ha quedado más remedio que aprender algo de eso y un chino que lleva toda la vida jugueteando con maquinitas programables, elegirá al chino, salvo que haya políticas proteccionistas. De esas políticas que con la globalización tienden a desaparecer. Sí, esas políticas. Contra las que volverán a levantarse el Rey Ludd y sus colegas, nuestros hijos.

Hay quien sostiene que en el futuro, el 65% de los trabajos serán de una naturaleza tan diferente a los actuales que no se han inventado aún. Creo que son algo exagerados, pero no deja de ser ilustrativo de cómo irá evolucionando el mercado laboral. Lo que no dicen es que esos trabajos no serán para nuestros hijos, porque no estarán preparados. Creemos que sí: les vemos manejar tan bien un móvil o un ordenador que pensamos que "traen todo eso de serie". Pero es mentira. Están más familiarizados con la tecnología de lo que lo estábamos la mayoría a su edad, pero no sólo no saben nada de cómo funciona esa tecnología, que es lo que les dará trabajo, sino que, gracias a que no tienen ni idea de su funcionamiento, no serán capaces de adaptarse a la tecnología que viene: la inteligencia artificial.

La inteligencia artificial está aquí para quedarse. Una gran parte de las pequeñas tareas repetitivas que hoy hacemos puede hacerlas una máquina. Desde llevar mercancías en trenes o camiones autónomos hasta limpiar edificios o reparar carreteras. Pero, más aún, trabajos creativos como escribir artículos en prensa o maquetar revistas o páginas web tendrán ayuda de inteligencias artificiales. Saber trabajar con ellas será fundamental. Y, si se quiere tener trabajo, aprender a prepararlas y diseñarlas, también.

Yo tengo la suerte de conocer el mundillo, trabajar en él y saber bastante para enseñar a mis hijos lo que debería enseñar el colegio. Pero muchos otros no. No se trata de que no tengan futuro o no vayan a encontrar trabajo. Y tampoco es que vayan a terminar en el arroyo. El problema es que lo tendrán más difícil y, si nadie se pone las pilas y empieza a instaurar en el sistema educativo (si es que acabamos teniendo alguno estable) algo de formación tecnológica de calidad, esta generación tendrá un problema frente a los chinos, indios o japoneses que vengan porque aquí les pagan por hacer lo que nosotros no les enseñamos. La UE lleva tiempo advirtiendo que prevé que habrá escasez de profesionales tecnológicos en breve y que deberemos importarlos de, sobre todo, la India. En Estados Unidos, Obama tuvo una de sus primeras reuniones con altos directivos de empresas tecnológicas para preguntarles por qué no fabricaban sus productos en Estados Unidos. La respuesta unánime fue que no tenían profesionales suficientemente cualificados. Allí, el problema ya es una realidad, y hay organizaciones que tratan de hacer obligatoria la educación básica en computación.

Nuestros hijos sobrevivirán. Igual tienen que protestar contra las previsibles aperturas del mercado laboral a extracomunitarios o deben sublevarse contra el uso de robots en fábricas, pero sobrevivirán, claro. Pero que lo hagan combatiendo junto al Rey Ludd o estando preparados es cosa nuestra.

martes, 19 de abril de 2016

Ciencia Ficción

De los numerosos canales de YouTube a los que estoy suscrito, uno es ExpCaseros. Pese a sus grandes defectos -porque hay cosas del canal con las que francamente no puedo-, es un buen lugar donde obtener inspiración para hacer experimentos con los niños. Hoy han publicado un vídeo que me interesa poco o nada. Pese a ello, lo he visto porque, simplemente, suelo tener como disciplina ver los vídeos de mis suscripciones: siempre se puede sacar algo.

El vídeo de hoy son 50 cosas sobre su co-presentadora: Natalia. Natalia y Mayden son los dos presentadores del canal. La chica ha contado la torta de cosas y, confieso, me ha sorprendido agradablemente su pasión por el conocimiento y lo nuevo. No sé por qué, pero suelo asociar a los chavales en la veintena con una enorme falta de ganas por aprender. Absurdo: un completo prejuicio. Lo sé.

Y sí: de todos los vídeos se saca algo, como un temita para un post. Natalia ha dicho una cosa que me ha dejado en modo "WTF": "no me gustan los libros de ciencia ficción: prefiero los que me enseñen algo para la vida real".

A ver...

Pero vamos a ver...

¿¡Qué puñetera manía tiene la gente en considerar que la ciencia ficción es una inutilidad!?

Puedes considerar que de la ficción (futurista o no) no se aprende nada. Es un error, pero bueno: puedes. Lo que no se puede pensar es que, porque la acción tenga lugar en el pasado, el presente o el futuro tiene mayor o menor valor didáctico. No sé: a lo mejor sólo se aprende de cosas que tengan que ver con la vida diaria, actual. Entonces, pasamos de Cervantes y Shakespeare porque de ellos no se aprende nada.

Que a la gente no le guste la ciencia ficción me parece perfecto: para gustos, los colores. Que no les guste porque no es útil, no enseña nada, no tiene que ver con la realidad o chorradas por el estilo, no, amigos, eso no.

La ciencia ficción, en contra de lo que piensa la gente, considero que es un género extremadamente útil. Las novelas sobre el pasado, bien escritas, ayudan a conocerlo. Y conocer el pasado es ayudarnos a conocernos y entender el presente. Las novelas del presente ponen de manifiesto situaciones en las que a veces no reparamos, y ayudan a denunciar y entender cosas que no deberían estar ocurriendo. Las novelas sobre el futuro ayudan a preverlo y a no pegarnos una buena bofetada como civilización y especie.

Si la novela de ciencia ficción no hubiese dado vueltas al tema de lo que puede pasar si un día tenemos robots y sobre lo que pasará si las máquinas llegan a tener conciencia de sí mismos, ahora mismo estaríamos tan contentos, ensimismados con la posibilidad de fabricar maquinitas cada vez más potentes y serviciales. Pero sabemos a ciencia cierta que en un futuro cercano habrá que tomar decisiones serias sobre la inteligencia artificial, y gran parte de lo que hay ya pensado y comprendido sobre el problema se debe a la ciencia ficción.

Nuestra especie se ha enfrentado a muchos retos a lo largo de la historia, y el futuro está lleno de muchos más. Pero algunos de los que están por llegar pueden ser puntos de inflexión que nos lleven a crecer de manera inimaginable o a, simplemente, desaparecer. De todos esos retos somos conscientes gracias a la ciencia ficción. Cada novela sobre el estallido de un megavolcán, la colonización espacial, la llegada de robots inteligentes, aparición de alienígenas, es una aportación a una enorme "mesa redonda" de la humanidad sobre su futuro, sus amenazas y oportunidades. Y ese diálogo en busca de soluciones tiene un valor incalculable porque algunos de ellos están a la vuelta de la esquina.

Así que lean más ciencia ficción. Aprenderán mucho sobre la vida real... que está por llegar.

jueves, 14 de abril de 2016

Guía para padres sobre videojuegos: TCG

Los "Trading Card Games" (TGC) son juegos de cartas coleccionables. Es como una colección de cromos, pero coleccionas cartas para jugar. Lo malo de los TGC físicos, que los hay, es que las cartas ocupan espacio, y sé de gente que acumula archivadores y archivadores en su casa. Hoy tratamos los TGC electrónicos, donde tus cartas están en un archivador virtual, que no ocupa espacio. Hay varios, pero trataremos especialmente dos: Pokemon TGC y Hearthstone.

Los Trading Card Games

No voy a contar la historia de los TGC, que comenzaron con Magic. Mejor vamos al meollo. Lo grande de los juegos de cartas es que no requieren de reflejos ni presión extrema. Hay límite de tiempo por turno, claro, pero suele ser más que suficiente. Por eso pueden jugar tanto padres como hijos. Incluso los abuelos, si tienen una mente abierta. Si se juega al mus o el chinchón ¿por qué no a un TGC?

La diferencia con los naipes tradicionales es que en ellos todos juegan con el mismo mazo. En los TGC cada uno juega con el suyo. Coleccionas cartas y, con ellas, te haces un mazo. Claro está que hay reglas. En Hearthstone, por ejemplo, ha de tener 30 cartas y sólo puedes tener dos de cada tipo. Con los límites establecidos y tirando de colección el primer paso es hacer un buen mazo. Luego, aprender a usarlo para ganar.

Evidentemente, las cartas se consiguen comprándolas. Debo destacar que tanto Pokemon TGC como Hearthstone te van dando monedas según juegas y, con ellas, puedes ir comprando sobres de cartas. En Hearthstone concretamente, sé de gente que tiene una colección muy competitiva y no se ha gastado nunca ni un duro. Aparte, ambos juegos son gratuitos.

Todos los TGC electrónicos tienen una forma de jugar contra "la máquina", o sea una inteligencia artificial. También puedes tener amigos y retarles. Mis hijos y yo jugamos unos contra otros, por ejemplo. Luego está la parte competitiva contra más gente. Si tienen miedo a las charlas con desconocidos, no se preocupen: Hearthstone y Pokemon TGC tienen ambos un sistema de conversación muy limitado, de manera que no hay forma de preguntar al otro por su vida privada ni nada por el estilo.

Beneficios de los TGC

Cosas positivas para los niños (a falta de estudios que los corroboren, aviso):

  • Refuerza la paciencia y capacidad de planificación. La clave para ser buen jugador en los TGC es planificar tu turno. La mayor parte de la gente ve que tiene una buena carta y la juega. Error: párate a pensar y juega en consecuencia.
  • Impulsa la capacidad de análisis. Todo juego donde hay que manejar estrategias fortalece la capacidad para analizar situaciones y las potenciales soluciones.

Pokemon TGC

No es mal juego para empezar. Tiene un PEGI 3, así que casi todo el mundo puede jugar. Aún así, no creo que los niños de inteligencia media tengan capacidad para jugar bien hasta los 8 o 10 años. Se puede jugar en PC y Android. Pokemon TGC es gratuito, y se puede descargar y jugar en la web de Pokemon, dándose de alta. Te dan un mazo gratis y tienen un buen tutorial para aprender. En serio: jugar con los niños es una gran experiencia.

Tras el tutorial es bueno jugar bastante para ir ganando monedas y abrir muchos sobres hasta hacerte con unas buenas barajas. Se pueden jugar los campeonatos contra la máquina para ganar monedas extra. Además, una vez alcanzado cierto nivel puedes jugar alguno de los pequeños campeonatos que se organizan en su plataforma.

Por último, decir que, a diferencia de Hearthstone, Pokemon tiene versión física del juego. En muchas jugueterías venden mazos y sobres de Pokemon que se usan en campeonatos presenciales. Si se juega en ambas plataformas, físico y online, es MUY importante asegurarse de que, al comprar los mazos y sobres físicos, tengan un código para la versión online. Esto permite que, si compras un sobre o mazo físico, puedas abrir otro en online. Si no lleva código adiós muy buenas. Si tienen código en el interior vendrá indicado en el propio paquete, como se ve indicado en la parte superior derecha de este sobre:

Ese icono de dos cartas rojas significa que dentro hay, además de las cartas físicas, un código para abrir otro sobre gratis en la versión online.

Hearthstone

Con millones de jugadores y campeonatos mundiales con premios de $150.000, Hearthstone se ha convertido en uno de los TGC electrónicos más populares. Es un juego simple, fácil de aprender y jugar, pero con más miga de lo que parece. Como siempre, uno se da de alta, se lo instala y tiene un tutorial disponible. Se puede jugar en PC, Mac, iOS y Android. Así que los padres y los hijos pueden conectarse uno desde la tablet y otro desde el PC y pasarse juntos un buen rato.

Para mí, Hearthstone tiene ciertas grandes ventajas sobre otros TGC: Primero, que hay muchas formas de ganar monedas. Cada día tienes retos con monedas como premio. Todas las semanas hay una "pelea de taberna" donde te dan un sobre gratis. Aparte, para quien se le dé bien (a mí no: soy nefasto), está la arena, un modo de juego donde ganas más sobres y monedas. Hay monedas por todas partes. Desde luego, y ese es su negocio, si gastas dinero de verdad conseguirás una colección abundante en menos tiempo, pero la realidad es que sólo jugando puedes tener en unos meses capacidad para plantar cara a muchos grandes jugadores.

La segunda gran ventaja es que el número de cartas es siempre limitado. En otros TGC tienes mazos y, al cabo de un tiempo, como han sacado más y más cartas nuevas y expansiones, tu mazo es basura. Tienes que estar ahí, y enfrentarse de primeras a gente que tiene unas cartas de aúpa es duro. Sin embargo, Hearthstone tiene la gran ventaja de que tiene un núcleo de cartas que no cambia nunca, así que conseguirlo es clave y, además, no caduca jamás. Aparte, las expansiones sólo valen durante dos años, lo que garantiza que quien lleve seis años acumulando cartas no tiene gran ventaja sobre el que lleva sólo uno.

Por último, Hearthstone te permite algo que no he visto en otros TGC. Imagine que hay una carta concreta, poderosa, que le vendría fenomenal y es difícil conseguir. Abre sobres y sobres y nada. En Hearthstone puedes fabricártela. Las cartas se pueden "desencantar" a cambio de polvo arcano. Y con ese mismo polvo arcano puedes fabricar cartas nuevas. Así que cuando tienes cartas repetidas no se intercambian: se desencantan, obtienes polvo arcano y, con él, fabricas cartas nuevas, permitiéndote adquirir poco a poco una colección estupenda con la que ser competitivo.

Conclusión

En serio: los TGC son muy entretenidos. Todo el mundo puede aprender, ya que hablamos de juegos de cartas, y se lo pasa uno fenomenal. Para colmo, los dos de los que hemos hablado hoy son gratuitos. Así que entren, jueguen los tutoriales ¡y a divertirse!

martes, 12 de abril de 2016

Asociacionismo en España

Desde que inicié mi trayectoria laboral, he tenido la suerte de, sin tener una formación extraordinaria, poderme mover en entornos más o menos internacionales, ya sea físicamente o a través de Internet: en mi trabajo se mejora mucho si se tiene la inquietud de ir fuera y ver lo que hacen otros técnicos. En este periodo, que cuenta ya 18 años (para muchos el "ya" sobrará, pero para mí son "ya" 18), he llegado a formarme la idea de que los anglosajones (ingleses, estadounidenses, australianos...) hacen muy bien algo que nosotros no solemos ni intentar: Asociarnos por una afición.

No me refiero a asociaciones que permitan protestar o hacer fuerza frente a algo o alguien, como asociaciones de usuarios o sindicatos... que también. Me refiero fundamentalmente a crear grupos de trabajo que permitan a la gente crecer cultural o tecnológicamente porque hay aficiones o intereses comunes. Aquí las hay, claro. Muchas. Conozco asociaciones de radioaficionados, aeromodelismo, coches antiguos... Sí, sí: muchas. Pero creo que ni de lejos tenemos la tendencia de crear grupos de interés que tienen por allí.

La ventaja de estas asociaciones es que la información fluye, el crecimiento es mucho más rápido gracias al equipo, se lo pasa uno fenomenal con gente que comparte sus aficiones y, encima, la capacidad para poner dinero en común y adquirir material es mucho mayor que si se tiene una afición en solitario. Dónde va a parar.

El problema en España (si es que lo hay: insisto en que esto es una sensación), es que las asociaciones suelen ser conjuntos de personas que se reúnen para vivir una afición, pero sin ánimo de transmitirla o de conseguir más gente. Doy de alta en algún sitio mi asociación, con cuatro gatos, nos montamos un local o buscamos un sitio donde reunirnos y buscamos algo de financiación en el Ayuntamiento. Y luego... a disfrutar. En algunos casos que he vivido, cuando llega uno de fuera porque está interesado y quiere aprender, la barrera es grande.

En otros lugares veo que dedican más tiempo a crear actividades para gente de fuera: las asociaciones son más "vivas", interactúan con su medio y van en busca de más personas con quienes compartir la afición. Se promocionan y son más activas y ambiciosas. Supongo que por eso hay más. Porque se promocionan, crecen y todo el mundo encuentra actividades atractivas a las que apuntarse. Tal vez les impulse buscar su propia financiación, para lo que buscan más socios y al final todo el mundo se entera que en el barrio hay un club de... mineralogía, por ejemplo.

Por poner un caso, y conste que no me baso sólo en él para hacerme una opinión y que entiendo que un solo ejemplo es una muestra insuficiente para fundamentar nada, tenemos DIYbio, una organización que promueve la creación de grupos de conocimiento e investigación biológica y, más concretamente, genética. En Estados Unidos hay más de 30 grupos. En Europa hay casi 30. O sea, para una población parecida, un número de grupos parecido.

Sin embargo, España, país de 48 millones de habitantes, tiene sólo un grupo, en Barcelona. Inglaterra, con 53 millones (o sea, no mucho más), tiene cinco. Australia, con menos de la mitad de nuestra población, tiene tres. Hay quien dirá que es cuestión de dinero. No, no: en mi opinión es 100% cultural. Creo que, salvo en fútbol y alguna otra cosilla, en España no hay costumbre de generar grupos de interés abiertos y con ganas de crecer y buscar personas fuera. Sí: para asociarnos para protestar o luchar por los derechos de colectivos somos la caña. Demasiado, me parece a mí. Pero no vamos más allá.

Empiezo a pensar que en España a eso de querer saber más de algunas materias y, sobre todo, decir que queremos saber más, le tenemos cierto repelús. No sé si es la tontería de no querer parecer sabiondos o niños repelentes o qué: a mí me encantaría saber mucho más de muchas cosas, y sería estupendo compartir aficiones con otros. Pero la realidad es que no hay muchos clubes en mi vecindario de cosas más allá del fútbol o alguna cosilla más. O igual los hay y no me he enterado. En cualquier caso, es un fastidio.

Aquí los contactos sociales son de estadio y bar. No digamos el bar en día de partido. No se va al club de robótica a conocer gente. Igual es que hay que poner como sede de una asociación de robótica el bar de la esquina, no sé. Bar de copas de noche, con lucha de robots los viernes por la tarde. Igual es, simplemente, que necesitamos que al Real Madrid o al Barcelona les dé por fomentar clubes de aficionados a, por ejemplo, la física. ¿Se imaginan? No, claro... Yo tampoco.

Por otro lado, y haciendo así una reflexión directa, sin haberle dado vueltas antes, no sé de ningún vecino en mi urbanización o padre de compañeros de mis hijos que sepa yo que tengan una inquietud de conocimiento de índole alguna. Los conozco que hacen algún deporte, sí. Pero no sé de nadie que sostenga en la piscina una conversación sobre tecnología, astronomía o algo que ha leído sobre un avance en física. Claro, que dudo que ellos crean que yo sí lo haría.

Igual nos tildarían de repelentes. Igual en España esto de querer saber más cosas está mal visto.