lunes, 20 de octubre de 2014

La formación es importante... ¿para nuestros hijos?

Hay mucha gente que piensa que hay demasiadas cosas que están cambiando a peor. Escribí hace algún tiempo un post criticando ese tipo de pensamientos. Realmente, lo que vemos hoy es lo mismo que nuestros bisabuelos vieron en su día. Es habitual que en la transición entre dos siglos haya cambios que lleven a la sociedad a replantearse sus modelos sociales, legales, políticos, laborales, culturales...

Acabo de ver un vídeo que sostiene algo parecido. Habla de la revolución tecnológica que ya está aquí: los robots. Los robots, por mucho que nos pese, irán sustituyendo a los humanos en muchas tareas, lo que pone en riesgo una enorme cantidad de puestos de trabajo en todo el mundo. Los coches que conducen solos amenazan, según este vídeo, el trabajo de 70 millones de conductores profesionales en el mundo. Y eso que no está teniendo en cuenta el trabajo relacionado con los seguros automovilísticos, el de los policías de carretera, mantenimiento de semáforos (aunque algún otro tipo de señales habrá que mantener, supongo)... Por otro lado, en 2013 apareció Baxter, un robot multi-propósito capaz de aprender a hacer tareas por imitación, barato para un taller medio, que no cobra más que lo que consume de luz y que trabaja 24h al día. Lento, sí, pero ni se pone enfermo ni te pide mejoras salariales ni va a la huelga. El vídeo se pregunta qué pasará con esos millones de puestos de trabajo que se perderán.

Hace algo más de un siglo, durante la segunda revolución industrial, la gente se planteaba algo parecido. Y aquí estamos.

No voy a ser frívolo y decir "no se preocupen: la expansión de los robots no tendrá efecto en los trabajos de la gente", porque sería una estupidez. Tampoco voy a decir que esos 70 millones de conductores profesionales y empleados de seguros automovilísticos no deberían ir replanteándose el futuro. Deberían. Y rápido. Léanme claramente, camioneros: ¡Fórmense rápido y planifiquen una estrategia a 10 años, porque en ese tiempo la mitad de ustedes estarán sin trabajo! Asusta, ¿a que sí? Lo que me gustaría es comentar la parte del problema que la gente no suele considerar. Lo que la gente no piensa es que dentro de 100 años, como mucho, tras los robots aparecerá alguna otra cosa que dejará en la calle a otra millonada de personas. Y cada vez la millonada será, probablemente, mayor. Lo curioso es que la solución la podemos poner en marcha hoy. De hecho, o la ponemos en marcha o nuestros bisnietos las pasarán canutas... otra vez.

Cuando hay un desarrollo tecnológico, está impulsado normalmente por un motivo económico. Digo normalmente porque no siempre es así, pero vamos... un altísimo porcentaje de las ocasiones. Imaginen una empresa. 200 trabajadores, de los que 160 son mano de obra poco cualificada. Pero son 160 salarios. Así que el equipo directivo, esos 40 mandos medios y altos, deciden invertir en tecnología. ¿Creen que mejorarán la velocidad a la que se hacen sus presentaciones? Normalmente, invertirán en cambiar la productividad de su fuerza de trabajo mayor y, además, la de mayor coste para la empresa: los trabajadores poco cualificados. Además, la tecnología para sustituir a un trabajador muy cualificado suele ser más cara que la equivalente a un trabajador que coloca botellas en una cinta sinfín. Así que los mandos de nuestra empresa desarrollan con una universidad un robot capaz de hacer lo que 40 empleados. Y esos 40 a la calle. Subvención por I+D, ahorro... Una jugada genial. Y lo es. En serio. ¿Alguien puede reprochárselo? Al fin y al cabo, piensen qué harían si fuesen los dueños de esa empresa: su competencia va a hacerlo, y producirá lo mismo (o más) con menor coste, reduciendo el precio de los bienes que venden. Si no toma ese tipo de decisiones, está usted en un aprieto, amigo.

Pero eso no lo hace una empresa: lo hacen todas. Y en total no se despide a 40 personas: se despide a 40 millones. Entonces, ¿por qué a los 50 años no queda nada de esa crisis? ¿Por qué los hijos de esos trabajadores no están todos en el paro (ya lo estarán los bisnietos, a los que pillará otra crisis similar)? Pues porque el mercado se acaba auto regulando. Al final, los hijos de estos señores reciben una formación mejor adaptada a los nuevos tiempos. Las nuevas tecnologías se aprovechan y se generan puestos de trabajo nuevos, que exigen una formación diferente. Esos 40 millones de parados deben dar de comer a sus familias y aprenderán lo que sea para volver a trabajar. Y lo harán. Habrá una crisis gorda, gordísima, pero las aguas volverán a su cauce. Al fin y al cabo, los conductores profesionales de hoy quitaron antes puestos de trabajo a los encargados de caballerizas, jinetes del poney-express, cocheros de carruajes...

Pero la gente lo ha pasado mal. Muy mal, debido a un adelanto tecnológico. A cuatro generaciones de aquella segunda revolución industrial, todos la vemos como positiva, pero apuesto a que por aquel entonces mucha gente echaba pestes sobre las máquinas, la electricidad y los motores de combustión.

Definamos claramente las cosas: El problema no es tanto que la gente se quede sin trabajo como que la gente que lo hace sea incapaz de encontrar uno nuevo. Si los 40 empleados de nuestra empresa fuesen capaces de adaptarse y, conocedores de las particularidades de su trabajo, montar una compañía de innovación que ayude a mi empresa y otras similares a mejorar equipamientos, ¿a que ya no nos sentiríamos mal? Por supuesto que no. El impacto negativo, tanto social como económico, no proviene de la incorporación de una nueva tecnología, sino del tiempo necesario para que el mercado laboral se adapte al cambio. El reto, pues, consiste en reducir ese tiempo al mínimo posible, de forma que la gente que se va quedando en paro encuentre trabajo cuanto antes. Una nueva tecnología genera una enorme cantidad de posibilidades, que cualquiera con suficiente formación puede aprovechar. Pero, normalmente, cuando la tecnología sale al mercado no hay tantos profesionales como para aprovecharla al máximo. Irónico, ¿no? Por un lado hay más gente innecesaria y por otro se necesita a más gente.

Y es que el problema no es tecnológico: es de formación. El problema es que la gente encuentra trabajo, se casa, tiene niños y entra en una vorágine de tareas y días llenos de estrés en los que lo último en que piensa es en aprender algo nuevo. Si le preguntas dirá que sí, por supuesto, aprender es importante. Pero no es prioritario: la realidad es que ir a recoger a sus hijos al colegio, realizar su trabajo diario, prepararse la cena y descansar tras días y días así es siempre más importante. Y lo es, no nos engañemos. Pero de pronto alguien llega y le dice "en 10 años se queda sin trabajo". La mitad, aunque nos sorprenda, dirá "pues ya veré entonces lo que hago". A los 5 años, esa mitad estará preocupada. A los 8 muerta de miedo. Y querrán aprender de golpe cosas nuevas que chavales de 30 harán mucho mejor. A los 10 estarán en paro. Si con esos 10 años vista hubiesen aprendido más, probablemente habrían ido viendo la utilidad a las nuevas tecnologías. Seguramente, con su experiencia en el sector más de una empresa tecnológica les habría contratado. O podrían haber montado una consultora. O, simplemente, se habrían planteado otras opciones.

El problema es tanto mayor cuanta mayor es la diferencia entre la formación que uno tiene y la que necesita para encontrar un nuevo trabajo. Por eso hay que reducir esa diferencia y, para ello, hay que estar formándose siempre. Pero esto es algo que ni socialmente ni culturalmente ni legalmente está considerado. Las empresas deben pagar al trabajador por formación, pero todos sabemos lo que pasa con ese dinero: acabamos comprando leche, el coche nuevo o el piso.

¿Y por qué no hacemos cursos? Entre otras cosas, porque no tenemos tiempo. Además, la universidad está llena de chavalines. Sus profesores dan clase a alumnos de entre 18 y 28 años. ¿Imaginan ir con los casi 40 tacos que tengo a una universidad a empezar a aprender algo que me guste, pongamos... biología? Ni de guasa. La universidad, en términos generales, no está pensada para mí. Ni respeta mis horarios ni los de mis hijos. Formarse hoy es una inversión cara, tanto en tiempo como en dinero, y no debería serlo. Debería ser lo normal. Lo habitual. Lo socialmente aceptado. La gente debería sorprenderse de que alguien no esté estudiando algo, llámese carrera, curso de postgrado o lo que quieran. Deberían tratarle como un suicida o alguien con mucha suerte, que puede permitírselo y sabe que podrá el resto de su vida.

Cuando hablamos de formación, yo el primero, solemos pensar en el futuro de nuestros hijos, no en el nuestro. Sé de muchos sectores que deberían pensar que tienen los días contados. Hemos mencionado a los conductores y todos los servicios asociados: vigilancia de tráfico y aparcamientos, seguros automovilísticos... El mantenimiento también se vería afectado, porque los coches autónomos no solo tienen menos accidentes: además conducen mejor y mantienen mejor el coche. Pero, ¿qué pasa con la industria que gana dinero fabricando piezas pequeñas y recambios domésticos? Las impresoras 3D ya están aquí. Y están para quedarse: en MediaMarkt ya venden un par de modelos. ¿Cuánto creen que tardarán en hacer impresoras de cristales para gafas? O en que podamos usar nuestra impresora 3D para ello. Si tenemos el informe oftalmológico de nuestro ojo, bajamos un modelo de montura que nos guste de internet y la imprimimos. Luego descargamos un programa para imprimir lentes y hala... Ya tienes tus gafas hechas en casa. ¿Qué queda para eso? ¿20 o 30 años? Y ya hay una impresora que fabrica casas (por si los obreros de la construcción no hubiesen tenido bastante). ¿Un anillo de boda? Imprime. ¿Bisutería? ¡Imprime! Los robots de limpieza son más comunes, pero aún tienen que evolucionar. No creo que tarden más de 10 o 15 años en fabricar un robot que realmente pueda mantener la casa reluciente, incluyendo mobiliario, encimeras y escaleras. Adiós, empresas de limpieza. Maquinistas ferroviarios, pilotos de avión, repartidores, gran cantidad de administrativos... El número de trabajos que hay en riesgo hoy día es muy elevado.

Pero la gente no se forma, y no lo hace porque el sistema no está pensado para ello. Y el sistema no está pensado para ello porque, hasta ahora, lo normal es que la gente viviese de su profesión toda su vida. Y eso es así cada vez menos. Hace falta que nos convenzamos de que el futuro es cada vez más frágil. El cambio debería ser algo plenamente aceptado en nuestra vida. España, país de funcionarios, es un caso grave de búsqueda de la estabilidad huyendo del cambio. Nos quejamos cuando alguien ataca nuestras acomodadas vidas. No nos damos cuenta, y el vídeo con que comienzo el post tampoco, de que no es que debamos adaptarnos al cambio que viene: debemos hacer del cambio nuestra forma de vida. Toda esa gente que he mencionado, desde conductores de autobús a fabricantes de lentes, se quejarán el día que haya máquinas que hagan su trabajo. Exigirán la creación de un órgano colegiado, el pago de cánones por compra de impresoras 3D o la penalización del material que se usa para hacerles la competencia. Pero la realidad es que no necesitarían protestar si nuestra sociedad aceptase el cambio como parte del sistema económico en que nos movemos.

La gente debería tener tiempo para estudiar, y los organismos que se dedican a la formación tendrían que diseñarse para acomodar a grandes y pequeños. Sé que implica una pérdida de productividad, y que las empresas inicialmente pondrán el grito en el cielo, pero al final repercutirá en beneficio de todos: adaptarse será más fácil, competir y no perder el ritmo de la competencia también. Los altibajos en la demanda debidos al impacto de las nuevas tecnologías se reducirán, y el nivel de tranquilidad y productividad de los trabajadores será mayor.

La formación es importante... ¿para nuestros hijos? Sí. Para nosotros, también.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Haciendo historia

Hace casi cinco meses, inicié este blog, Incasequible, con una entrada que, curiosamente, ha sido la más leída hasta el momento. El tema eran los videojuegos y por qué la gente considera negativo jugar a ellos y no a otros como el ajedrez. Por qué jugar a videojuegos tres horas es vicio y estar cinco dándole al balón no.

El día que publiqué el post un tal Pablo comentó que se ofrecía a dar clases de Dota o Starcraft a mi hijo mayor. Lo que en los comentarios no aparece es que, tras conocerle, acepté. El miércoles pasado, 1 de octubre, mi hijo inició su "extraescolar de Dota", que más bien es una clase particular. Pablo cobra su hora semanal (debo decir que ha sido muy generoso con el precio, que no creo que sea alto) y enseña algo que le apasiona a un niño que también es un apasionado. Mientras escribo este post están los dos "doteando" juntos.

El viernes siguiente, jugué con mi hijo y debo decir que le vi detalles que me sorprendieron. Para colmo, me aleccionó alguna vez (con 9 años... Sabía que ese momento llegaría, pero no esperaba que tan pronto). Le vi contento, satisfecho, orgulloso. Y yo me sentí feliz de verle no solo disfrutar con una pasión, sino, además, mejorar en ella de la mano de alguien que sabe.

Sé de países donde los chavales reciben clases de videojuegos, y donde incluso hay pisos, a modo de residencias, donde los integrantes de un equipo viven juntos: comen, estudian, duermen y entrenan juntos. Esos pisos comunes tienen al frente a un entrenador y, en ocasiones, un equipo de promoción y organización detrás. Son profesionales.

Yo no aspiro a eso con mi hijo, aunque no me negaría a que se dedicase profesionalmente si así lo desea (¡menuda experiencia!). Lo que sí reivindico es que, habiendo como hay extraescolares y profesores de otros juegos y deportes que todos aceptamos, los aficionados a los videojuegos tengan esa misma oportunidad.

Creo que en casa estamos haciendo un poco de historia. Historia del videojuego en España, en cierto modo y a muy pequeña escala. No tengo noticia de otro caso de clases particulares de videojuegos para niños en nuestro país. Padres de mi urbanización y cercanos a nosotros se sorprenden de las clases de mi hijo. Pero su sorpresa da la oportunidad de comentarlo, explicarlo y darlo a conocer; de mostrar a una parte pequeña de nuestra sociedad que esta posibilidad existe y es igual de aceptable que las clases de chino en el colegio.

Hasta que se extienda esta idea, mi hijo dará clases de Dota en solitario. Una pena, porque es un juego de equipo: cinco contra cinco. Y nos faltan cuatro compañeros. Pero es un comienzo, una ruptura de los estereotipos y los prejuicios. De momento, es bastante, aunque reconozco que me gustaría ver evolucionar todo esto hacia la formación de un equipo y, por qué no, más campeonatos nacionales y afición, mucha afición.

Gracias, Pablo, por la oportunidad. El resto de España, que se anime. Y yo me voy a ver si terminan estos dos la clase porque son capaces de tirarse media hora más de lo acordado dándole al Dota.


Por cierto: si alguien se plantea animarse, el juego es gratuito. Hace falta un PC corriente, una hora semanal (los miércoles, de 6 a 7 de la tarde) y muchas ganas. Dota es en equipo, y aprenden mucho sobre colaboración, porque cada jugador tiene un papel, y es clave que lo haga bien en beneficio de todos. Si alguien quiere, que comente abajo y lo hablamos.