miércoles, 23 de julio de 2014

Análisis del vago

Yo fui escolarizado, como todos, cuando era niño. Pasé de ser de lo mejor de clase en primero y segundo de lo que hoy es primaria a, empeorando progresivamente, ser lo peorcito de clase en sexto, cuando toqué fondo y terminé el curso con más de la mitad suspendido. Curiosamente, ya sabía programar, y me encantaban las matemáticas: leía libros de lógica de Raymond Smullyan y divertimentos matemáticos de Martin Gardner. Cuando tenía 15 años me pregunté cómo podía funcionar una calculadora solo con electricidad. En vez de ir a una biblioteca (algo desconocido para mí por aquel entonces) o de irme a Internet (que nadie tenía en casa), me planteé redescubrir la electrónica y hacerlo yo solo. Y como tenía conocimientos de código binario gracias al manual de mi Amstrad y sabía lo que era un electroimán, lo conseguí y diseñé una máquina capaz de sumar números del 0 al 15 siempre, eso sí, que estuviese en posición horizontal. Años después me di cuenta de que la electrónica era "otra cosa", pero nadie me quitará nunca la satisfacción de haber diseñado de cero una máquina para sumar. Eso sí: no dejé de suspender, y llegué a COU (lo que hoy es 2º de Bachillerato) de milagro.

He iniciado varias carreras y, como era bastante tonto cuando era joven (más que ahora, quiero decir), no terminé ninguna. La primera, Ciencias Matemáticas, porque fue la asignatura en que mejores profesores tuve en bachillerato y COU. La asignatura me entretenía y los profesores (el "Trivi" y "la Mamá") me enseñaban y animaban en mi aprendizaje. Hoy sé que no es la carrera que debí hacer, aunque me ha venido muy bien en mi profesión. Una vez terminado el primer ciclo de matemáticas, decidí estudiar algo de letras, y me metí en Ciencias Políticas. Como, tras el primer año, me quedé sin un duro para estudiar, acabé optando a una beca que me llegó por casualidad y terminé cursando Humanidades. No acabé, claro, aunque esta vez por motivos personales. Lástima, porque no llevaba mal expediente: incluso alguna matrícula. Pero claro, me gustaba.

Yo, tengo que reconocerlo, soy un despojo del sistema educativo. Trabajo en aquello que aprendí a los 10 años con un libro que me prestó mi primo y sin ordenador: programar. El resto me ha servido, como suele decirse, para tener "cultura general". Y mi universidad, mi verdadera universidad, ha sido mi padre, quien me ha enseñado más cosas útiles para mi trabajo que todos mis profesores juntos.

Lo sé: empecé con las mismas oportunidades que otros compañeros que hoy son ingenieros o tienen empresas. Pero la realidad es que sus capacidades y su carácter estaban más amoldados y mejor adaptados al sistema que las mías. Las suyas les permitieron pasar por el sistema y aprovecharlo. Eran parte del prototipo voluntarioso para el que está diseñada nuestra educación. Me encantaría haber tenido una voluntad férrea, entre otras cosas porque no estaría donde estoy ahora, frustrado laboralmente. Desearía haber sido capaz de dedicar horas y horas a tediosas tareas que no me motivan para lograr un objetivo concreto, pero, simplemente, no podía. Como no pueden miles de alumnos a día de hoy.

Quien es capaz de resolver un problema de matemáticas con facilidad no suele entender que otros no lo hagan. Todos vemos sencillo lo que hacemos de forma natural y nos preguntamos por qué otros no hacen lo mismo. Y la voluntad no es muy diferente, pero sí es percibida de manera distinta. Quienes son capaces de echar horas de estudio no entienden que a otros nos cuesta horrores. Ellos lo ven fácil: llegan y se ponen. Conocemos la campana de Gauss que se pinta para hablar del cociente intelectual, y la educación se amolda a los extremos preparando sistemas alternativos de educación especial. Pero la misma gráfica podría dibujarse para la voluntad. Sin embargo, no hay educación especial para quienes están en el extremo izquierdo de la campana: quienes se dispersan fácilmente y no tienen voluntad alguna.

Y así nace la figura social del vago. Algún mecanismo químico, neurológico, hace que los vagos sean como son. Suelen necesitar cambiar continuamente de actividad, por lo que es difícil que terminen algo. Empiezan cualquier cosa y, entonces, se entretienen con nada, porque su cerebro es incapaz de mantenerse de forma constante centrado en cosas que no les motivan lo más mínimo. Y sí: la voluntad se cultiva. Todos podemos cultivarla. También podemos mejorar nuestras capacidades matemáticas o lingüísticas. Poco a poco, quien tiene ciertas carencias puede entrenar su cerebro para cubrirlas con los mínimos indispensables para ser útil y vivir feliz. Pero el sistema está pensado para tener un filtro constante: la voluntad. Si no estás dotado para las matemáticas o la lengua no pasa nada, porque los profesores lo entienden. Te costará mucho, pero a fuerza de voluntad pasarás los exámenes, aunque sea aprendiéndote de memoria párrafos enormes de historia o la resolución de un problema tipo en matemáticas. Si no estás dotado, la voluntad te permitirá seguir. Si lo estás, la voluntad se te exigirá. La voluntad es el principio fundamental de nuestro sistema.

La razón de esto es que nuestra educación nació gracias a la entonces incipiente burguesía del siglo XIX. Esa gente eran personas del pueblo llano que accedieron al poder por medio del dinero. Tenían empresas, talleres... Un negocio familiar. Trabajar en él seguramente era un auténtico peñazo para cualquiera, pero era la forma que tenía la familia de subsistir, así que los padres pasaban los negocios a sus hijos, y éstos a sus hijos... Esa burguesía no tenía tiempo para educar, así que les mandaban a un colegio. Esos colegios de nueva planta garantizaban que los niños tenían lo necesario para continuar la labor de sus padres: aritmética básica para llevar las cuentas, humanidades para poder ir a fiestas y entablar conversación sin quedar en ridículo y, por encima de todo, la férrea voluntad. Ese niño iba a convertirse en un auténtico empresario, dispuesto a tirarse horas entre papeles para sacar adelante un negocio familiar que, en muchos casos, les importaba un comino. Para eso debía de necesitarse mucha voluntad, sí señor.

Para realizar cualquier tarea el ser humano necesita una de dos: voluntad o motivación. Si tiene un mínimo de cualquiera de las dos podrá realizar la tarea de turno. La voluntad sirve para cualquier cosa: es polivalente. Igual te permite dedicar horas a revisar listados numéricos que a estudiarte los reyes godos. Pero la motivación no: depende de la tarea. Unas actividades nos motivan y otras no. Así pues, la voluntad constituye un poderoso aliado, porque con ella lograrás hacer cualquier cosa. Por otro lado, la motivación tiene sus grandes ventajas. La más importante es la productividad. Una tarea realizada tirando de motivación se hará de forma más productiva que si la llevas a cabo utilizando tu fuerza de voluntad.

Motivaciones puede haber muchas, desde que te estén apuntando con una pistola hasta que te guste lo que haces. Pero, presuponiendo un entorno de libertad, la motivación tiene otra gran ventaja, y es que genera felicidad: mientras pasar un exceso de tiempo tirando de voluntad acaba frustrando y generando infelicidad, la motivación hace todo lo contrario. Con ella nos sentimos satisfechos y contentos al realizar tareas para las que tenemos una gran motivación.

La capacidad de trabajo de una persona es el resultado de utilizar la voluntad o la motivación (o ambas). No debe pensarse que alguien con poca voluntad no tiene capacidad de trabajo, porque es perfectamente capaz de realizar tareas impresionantes. Lo que pasa es que no los realiza más que cuando está motivado. Yo mismo, con poca voluntad, me he tirado horas y horas trabajando en muchas ocasiones y no tengo problema en hacerlo en casa, tranquilamente, cuando por las noches me dedico a programar cosas que me gustan.

Como decía un amigo, yo "soy un poco vaguete". De acuerdo, pero también soy muy creativo. E inteligente. Mi visión espacial y pensamiento abstracto son considerablemente altos. ¿No creen que todo eso podría haber sido mejor aprovechado? Es más, permítanme una pregunta: ¿no les parece que, si sumamos los talentos de todas esas personas faltas de voluntad y a las que nadie ha ayudado a tenerla, suman muchos, pero muchos, recursos tirados? ¿No merece la pena aprovecharlos?

Todos tenemos habilidades, talentos. Todos. Y yo diría que por igual: Quien no tiene creatividad a lo mejor tiene don de gentes. Quien no tiene voluntad tal vez posea una gran capacidad matemática. El que tenga problemas con la historia es posible que posea una enorme persistencia. Todos tenemos grandes talentos. Nuestro sistema educativo debe ser capaz de detectarlos y explotarlos. Eso no quita para que todos desarrollemos un mínimo las cualidades para las que menos dotados estemos, pero ¿realmente es rentable exigir un mínimo de cada una y, con ello, desaprovechar los talentos de quienes no pasen por nuestro corte?

Este post no pretende ser una reivindicación de los que no tenemos una gran fuerza de voluntad. Yo la he echado de menos y lucharé por conseguir que mis hijos la desarrollen, aunque uno de ellos no parezca naturalmente dotado para ello. Tener un mínimo de voluntad es extremadamente útil, entre otras cosas porque nada garantiza que vaya a trabajar en algo que le apasione. Allí donde no tenga motivación deberá aprender a encontrarla. Donde no la encuentre, deberá aprender a tirar de la poca voluntad que tenga. Pero, en cualquier caso, eso no quita para que le enseñe que, pese a que no consiga desarrollarla, tiene su espacio en esta sociedad, pese a que en el colegio parezcan empeñados a veces en demostrarle lo contrario.

2 comentarios:

  1. Tienes razon en que en esta sociedad se premia al especialista, al que domina el detalle, y no al que tiene cultura general. Pero no eres en modo alguno un despojo del sistema educativo, evidentemente te faltan muchisimos conocimientos, por lo que se ve, a nivel de psicología, por tanto no conoces lo que es el TDHA, transtorno de deficit de la atención, algo genético que lleva a muchos niños y adultos a empezar muchas cosas y no acabarlas. No son vagos, ni siquiera estúpidos. Simplemente su cerebro es incapaz de estar centrado en una sola cosa. Y por supuesto se trata. No tiene nada que ver con motivaciones, ser un despojo, camapanas de gauss etc... keep it simple man.

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  2. ¡Gracias por tu comentario!

    Soy un despojo del sistema educativo dado que uno de sus grandes objetivos es preparar a los chavales para un futuro profesional y conmigo está lejos de haberlo conseguido. Creo que es tema de vocabulario.

    Conozco el TDAH (que no TDHA), que tiene, entre otras causas (no la única) la genética y es, por tanto, en esos casos un problema eminentemente psiquiátrico, no psicológico. Yo no pretendo irme a casos extremos: el sistema falla con gente mucho más moderada en sus problemas a la hora de terminar las cosas. Aún así, es algo polémico y tema de discusión. Su tratamiento, mismamente, es diverso y, en muchos casos, también está cuestionado. No es algo en lo que pretenda meterme porque ni pretendo referirme a casos extremos ni es algo que domine (ni tú, por lo que veo).

    Sobre el resto, nadie ha dicho que sean estúpidos. Sobre lo de vagos, en el post hablo de un prejuicio existente en la sociedad, y a ello me refiero. Mucha gente les considera como tales. A mí me lo han llamado muchas veces. En efecto, la causa está es su cerebro, tal como indico en el post.

    Por último, el tema, que no es tan simple del momento que no está resuelto tras más de un siglo de sistema educativo, tiene mucho que ver con motivaciones. Todos respondemos a ellas y solemos centrarnos cuando nos motiva mucho una tarea determinada. No olvidemos que la clave de muchos grandes profesores está en su capacidad para motivar a sus alumnos.

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