martes, 10 de junio de 2014

El virus de los colores

En mi trabajo solemos tomarnos un café por la mañana en la oficina. Charlamos de todo un poco, y normalmente con buen talante y estupendos resultados. Los lunes suele haber algo sobre fútbol o la última carrera de Formula 1. Abundan temas de ocio, como las series de televisión o el cine. A veces entra en juego algún tema relacionado con la política, sobre los colegios, tal ley o tal otra. Mientras no se mencione a ningún político o partido, suele haber un alto grado de acuerdo y, desde luego, un ambiente agradable.

Pero alguna vez se menciona a un político, una medida concreta claramente ideológica o a un partido. Entonces da la sensación de que estamos en un estadio de fútbol: la gente se pone tensa, la discusión sube de tono y lo que antes parecía acuerdo de pronto no lo es. Surgen las desavenencias, que ha habido siempre, pero esta vez de forma más exacerbada. Hay quien termina saliendo de la cocina considerablemente picado, iracundo, enfadado.

Cuando se sufre la enfermedad del virus de los colores, no importa cuán de acuerdo se esté: si el otro tiene otra ideología, preferiblemente presentada en su banda azul-roja, es el enemigo. El compañero pasa a ser "ese fachorro" o "el rojo". Da igual cuán bien trabajen juntos normalmente, mientras el virus ataque quien opina diferente es del otro bando.

No quiero ponerme a analizar cuándo y cómo empezaron los cien años de estupidez, esos cien años que, bando tras bando, constitución tras constitución, fue radicalizando las mentes patrias y alimentando este virus maligno que nos infunde tamaña ira y tontería cuando tratamos sobre política; así hasta que nos dimos de tortas y acabamos con la vida de medio millón de personas por todo el país. Parecía en el 78 que podíamos ponernos de acuerdo, que la tranquilidad se iría estableciendo y que esos radicales que gritaban a unos u otros en las calles clamando en época del gran cambio constitucional irían siendo poco a poco cosa del pasado. Así, hasta que pudiésemos mirarnos de igual a igual con estados vecinos como Francia, Reino Unido, o Alemania.

Nada más lejos de la realidad. El virus de los colores, sin que nos demos cuenta, se nutre de la infelicidad y se manifiesta con virulencia en tiempos difíciles. Nos alienta a deshacernos de ese estrés que provocan las tristes situaciones personales y familiares que vivimos y nos hace buscar enemigos cuando más amigos deberíamos poner a nuestro lado. La estrategia del enemigo exterior es efectiva, tanto a nivel gubernamental como personal. Igual que Estados Unidos crea guerras para que la gente no piense en galopantes crisis económicas, el virus hace enemigos a quienes tienen más cosas en común con nosotros de lo que queremos o podemos ver, olvidando con ello nuestra frustración o, al menos, dándole una salida a nuestra mente para desahogarse y poder volver a casa con otra cosa que comentar que no sea que aún no me han pagado. Por lo menos sentimos que estamos luchando, aunque lo que hagamos sea hundirnos más aún en el fango.

Tenemos cosas en las que estamos de acuerdo. Podemos elegir buscarlas, identificarlas y hacernos amigos del que piensa diferente apoyándonos en lo que compartimos o tomar nuestras banderas absurdas de color azul, rojo, verde o morado y enarbolarlas en busca de bronca callejera. Podemos luchar con nosotros mismos, dejando la bandera en casa, haciendo el esfuerzo de olvidar lo que nos separa por un objetivo común o elegir quejarnos, echar pestes al de enfrente y luchar entre nosotros porque así, sin pensar (que eso duele) podremos volver a casa pensando que nos hemos movilizado y que es otro el que tiene la culpa.

Conozco a gente de derechas e izquierdas. Incluso incolora (yo lo soy). Todos están de acuerdo en que hace falta una reforma de la ley electoral. Todos están hasta las narices de que los maletines pasen de mano en mano y que cuando vemos el famoso hemiciclo no sepamos quién trabaja ahí y quién no o por qué cobran algunos. Todos. Pero entonces, si estamos de acuerdo... ¿por qué no nos dejamos de tonterías?

El 15M puso de acuerdo a media España. Era un movimiento incoloro. Nació incoloro. Recuerdo hablar en aquella época con una pareja claramente derechista y les parecía un movimiento con sentido. Ilusionaba. La gente se lanzó a la calle para exigir un cambio. Un cambio de todos, sin banderas. Sin embargo, el 15M se coloreó. Y se coloreó porque quienes quisieron cambiar una cosa fundamental, como es la forma en que se nos representa, pasó a querer cambiar más. Paso a políticas concretas. Se formaron grupos de trabajo para hacer peticiones concretas de políticas específicas como educación, sanidad... Y ahí, amigos, están los desacuerdos. Pero son desacuerdos que, pese a que son grandes, pueden ser gestionados. Podrían serlo si la oferta de candidatos fuese mayor. Si la gente encontrase alternativas de diálogo. Pero en nuestro sistema, donde el poder está en los partidos porque la Transición así lo requería, no puede haber alternativas, ni diálogo, ni candidatos con más diversidad que quienes pasan por el politiqueo interno del sistema del maletín y el cierre de filas. Los partidos obtuvieron poder y no quieren soltarlo. Y así dan igual la sanidad, la educación o las energéticas.

Soy republicano, pero me da lo mismo si hay Rey o Presidente, siempre que pueda elegir a gente competente para mandar en mi país. Me da lo mismo si la gestión de la sanidad es pública o privada si me da lo que quiero: que sea universal y de calidad. Me da lo mismo si mis hijos van a un colegio público, privado o concertado si sé que se garantiza su futuro y se le ayuda a ser dueño de su felicidad, a él y a toda su generación por igual, nazcas en la provincia en que nazcas y tengas el dinero que tengas. Todo eso lo decidirán personas competentes si conseguimos que las haya. Me da lo mismo si en el país no hay ninguno, hay dos, ocho o cien partidos mientras yo tenga mayor capacidad de elección: más oferta de candidatos, que se puedan presentar de una forma más libre y que me representen de verdad.

Entonces, cuando tengamos gente competente, hablamos de todo lo demás. Con capacidad y condiciones. Cuando podamos, como pueblo, decir "hasta aquí hemos llegado" y tengamos los mecanismos para meter un puro de los buenos a quien ha robado dinero público, trataremos qué hacer con el que nos queda. Cuando realmente tengamos el poder y un claro ejercicio de nuestra soberanía, nos dedicamos a discutir en un hemiciclo en condiciones qué políticas queremos tomar.

Haya Rey o Presidente, se gestionen como se gestionen los hospitales, mientras el gobierno, los jueces y cada representante de las Cortes se elija como se eligen hoy esto, señores, es una gran chapuza. En eso, aunque les cueste creerlo, estamos casi todos de acuerdo. Así que controlen al virus de los colores, respiren hondo y vayan a tomarse un café con el rojo o el facha de turno, a ver qué solución le vemos a todo esto. Porque a este paso reirán los de costumbre mientras nosotros, estúpidos como siempre nos damos castañas ondeando banderitas... de colores.

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