viernes, 13 de junio de 2014

Un pensamiento sobre la madurez

Ayer tuve tutoría con la profesora de mi hijo mayor. En cierto momento me comentó que el niño es un poco inmaduro, y añadió que lo agradece porque "aún tiene esa curiosidad por todo típica de la inmadurez". Por lo que me comentó, según los chavales maduran pierden esa curiosidad y se vuelven más pasotas en el colegio. Y lo atribuye a la madurez. La madurez, para ella, implica pérdida de curiosidad. Me pareció triste. Y así va nuestro sistema educativo. No creo que hagan falta más comentarios, pero por si acaso diré que no estoy de acuerdo y que la pasividad la consigue el colegio, no la madurez.

Me acordé al salir de la tutoría de cierta sensación que tengo a veces con algunos vecinos. Yo trabajo en software. Visto camisetas (ahora mismo llevo una de la Casa Greyjoy) y vaqueros viejos, me encantan los videojuegos y los juegos de tablero y rol. Tengo curiosidad por todo y recorro la Wikipedia en busca de información sobre los más diversos temas. Igual estoy mirando recetas de cocina que leyendo artículos sobre genética, química, astronomía, lingüística, arquitectura, ingeniería... Todo me gusta. Ellos, sin embargo, suelen vestir trajes caros, trabajan en multinacionales dedicadas al derecho, la ingeniería, farmacéuticas, bancos, aseguradoras o grandes consultoras. Ninguno juega a nada, que yo sepa. Llegan tarde de trabajar y se excusan cuando comentan que sus hijos le dan alguna vez a la consola. Y sí: siento cuando hablo con ellos que algunos me tratan como si yo fuese más inmaduro. Tal vez un bala perdida, un fracasado...

Son gente madura, supongo.

Así que hijo, si eso es la madurez, tu padre es un inmaduro y está orgulloso de ello.

No madures nunca.

jueves, 12 de junio de 2014

Guía para padres sobre videojuegos: Series LEGO

De la mano de TTGames, LEGO ha dado un paso importante en la expansión de su negocio al mundo de las consolas. De una forma divertida, con un extraordinario diseño al más puro estilo LEGO, los niños pueden disfrutar de franquicias conocidas como Star Wars, Marvel, El Señor de los Anillos o Harry Potter.

Los Juegos

No hablamos aquí de un juego, sino de muchos. Cualquier videojuego de LEGO para consolas. No hablo de los casuales para tablets: solo las grandes versiones para consola desarrolladas por TTGames. Lo más importante, que me hace recomendarlos para niños es que, aparte de ser muy entretenidos y estar llenos de humor, son cooperativos. En mi opinión, el juego cooperativo es un gran invento, que realmente ayuda mucho a los niños a aprender a trabajar en equipo.

El juego está calificado por el sistema PEGI como de 7 años porque contiene escenas que pueden dar miedo a los niños de menor edad y porque tiene violencia. Debo decir que la violencia que contienen es totalmente de dibujo animado, no más allá de lo que se ve en Tom y Jerry. Los muñecos se deshacen en piezas y, claro está, no sale nada de sangre. Algunas batallas que los prpios niños monten en su habitación con sus LEGO o figuritas de Playmobil puede tener más violencia. Sobre dar miedo, depende mucho del niño y del juego. Tratan las cosas con tanto humor y con personajes a los que normalmente están tan acostumbrados que mis dos hijos con 5 y 7 años se han pasado el LEGO Star Wars III sin un solo síntoma de susto.

Los juegos se dividen normalmente en cuatro partes. Primero está la historia. Los jugadores deben ir recorriendo una serie de misiones hasta terminar un guión completo que conforma la historia que cuenta el juego. A veces hay dos versiones de la historia: la de los buenos y la de los malos, pero en cualquier caso son una serie de misiones a terminar por orden con personajes fijos en cada una. La segunda parte es hacer esas mismas misiones, pero en lo que se llama el modo libre. En este modo puedes elegir los personajes con los que jugar, e incluso cambiar de personaje durante la misión. El objetivo es desbloquear tesoros y ladrillos de LEGO especiales que con los personajes del modo historia no se pueden obtener.

Con eso ya hay para jugar horas y horas. Sin embargo, la gente de TTGames se las ha arreglado para darnos aún más tiempo de diversión. Los juegos, según el título tienen también misiones laterales, que se van desbloqueando a medida que avanzas en los modos historia y libre. En esas pequeñas misiones puedes conseguir nuevos personajes o vehículos para ir completando toda una colección. Por último, todos los juegos de LEGO tienen, desde hace ya algunos años, un lugar desde donde accedes a las misiones. Ese lugar, que recorres entre misión y misión, en los primeros juegos de LEGO no existía: simplemente era un menú. Elegías empezar una misión, ver la colección de personajes, etc. Luego, sobre todo en el primer LEGO Batman, lo hicieron mayor: podía recorrerse la batcueva. Es lo que se llama el lobby de juego: En un sitio del lobby (la batcueva, en este caso) accedes a las misiones. En otro ves tu colección de personajes. En otro, los vehículos... Por fin, a partir de LEGO Batman 2, lo que tenemos es toda una ciudad para visitar. Las misiones están repartidas por toda la ciudad y se van desbloqueando según terminamos las anteriores. Es un escenario enorme que explorar aparte de las misiones. En esos extensos lobbies encontraremos muchas cosas escondidas, lo que nos proporciona aún más tiempo de entretenimiento.

Franquicias

Los juegos de LEGO se dividen en lo que se llaman franquicias, esto es, universos temáticos en los que se basa el juego. Una franquicia es la de Star Wars, con todos los juegos hechos de ese universo. Otra será Harry Potter, con todos sus juegos, etc. Son muchas, y todas ellas extensas y muy buenas:

Star Wars
¿A sus hijos les gusta Star Wars, ya sean las películas o las series de dibujos "Las Guerras Clon" o "Rebels"? ¿Les piden que les compren kits de LEGO temáticas de Star Wars? Pues esta opción es la mejor. Tiene tres entregas, de las que yo recomiendo la última, "Star Wars III: The Clon Wars", porque mejora mucho el modo multijugador respecto a las dos anteriores.
Batman
Recorrer las calles de Gotham en batmóvil es posible en este juegazo de LEGO. Igual que en LEGO Star Wars, tiene tres títulos. En la última entrega, además, Batman se une a una ingente cantidad de personajes, que habrá que buscar por Gotham y más allá.
Harry Potter
Si su hijo es un seguidor, y no digamos lector, de las aventuras de Harry, Hermione y Ron, esta serie de dos juegos es para él. El primer título cubre los años 1 a 4, y el segundo los años 5 a 7. Hechizos, aventuras y mucha emoción en esta serie de LEGO.
Marvel
La caña. Reconozco que, hasta el momento, es el videojuego de LEGO que más me ha gustado. Mis hijos y yo aún no hemos conseguido el 100%, pero estamos muy cerca. Todo Nueva York está disponible para explorar: se puede recorrer el helitransporte de S.H.I.E.L.D., ir a la Torre Stark, a la mansión X, el Edificio Baxter... Más de 100 héroes y villanos con los que jugar, una campaña larga, una enorme cantidad de aventuras que encontrar por la ciudad... Muy bueno.
El Señor de los Anillos
Siendo friki de Tolkien, de los que se leen con gusto El Silmarillion, es curioso que no haya jugado a ninguno de los títulos de esta franquicia. Supongo que es porque aún no he introducido a mis hijos en este mundillo. Esta franquicia tiene dos juegos: "EL Señor de los Anillos" y "El Hobbit".
Indiana Jones
Con dos títulos, se trata de una franquicia antigua, sin títulos recientes. Si se adquire alguno, recomiendo que sea el segundo, porque fue el primer videojuego de LEGO que divide la pantalla en modo cooperativo. Hasta entonces, los jugadores se veían forzados a mantenerse cerca uno de otro, lo que entre niños podía generar algún roce que otro. Pese a todo, no dejan de ser muy divertidos y, para los niños, una buena forma de aprender a cooperar.
Piratas del Caribe
En este juego (es solo uno: no tiene segunda parte), me maravilla el increíble parecido entre los movimientos de los personajes y los de las películas. El juego es divertido, muy entretenido, aunque mis hijos prefieren jugar de nuevo uno de Star Wars o Marvel que al Piratas del Caribe. No llegamos a terminarlo...
Otros títulos
Aparte de franquicias basadas en películas de terceros, también hay videojuegos basados en otros productos, como Ninjago, Chima, Rock Band, Bionicle, "The LEGO Movie", LEGO City...

Beneficios de los videojuegos LEGO

Considero que los beneficios de jugar a estas series de juegos son:

  • Trabajo en equipo. Si se juegan en modo cooperativo, los jugadores deben coordinarse bien en favor de un objetivo común. Poco a poco irán cogiéndose el tranquillo el uno al otro e irán trabajando mejor juntos. La diferencia de edad puede ser un obstáculo si el menor aún tiene problemas de comprensión de las tareas o de manejo del mando. Pero si ambos tienen edad suficiente (digamos, más de 6 años), pueden lograr un trabajo fluido.
  • Resolución de problemas. Estos juegos están repletos de rompecabezas que hay que resolver. Algunos de ellos implican usar la lógica. Por ejemplo, si un personaje debe pasar por una puerta y hay llamas, el muñeco no podrá pasar. Pero, ¿cómo apagar las llamas? A lo mejor hay aspersores en el techo y, siguiendo una tubería puedes encontrar una palanca donde activarlos. Los niños deben pensar y razonar para resolver algunas partes del juego. Eso implica que, dependiendo de la edad, puede que tengamos que estar disponibles por si no se ven capaces de alcanzar algún objetivo.

Aprender a Jugar

Los videojuegos de LEGO son muy sencillos. Hablamos especialmente de consola, así que la dificultad única suele radicar en el manejo del mando. A partir de los 5 años, menos incluso, los niños pueden jugar a todas estas series, aunque en ocasiones puede serles complicado pasar algunas partes, ya sea porque exigen cierta coordinación con el mando (saltos especiales, atravesar una pasarela...) o porque no llegan a entender lo que hay que hacer, pero eso a los 6 años está resuelto.

En cualquier caso, si se atascan en un juego y no sabemos cómo salir del paso, la web está llena de guías. Busque el nombre del juego añadiendo "guía" o "walkthrough" y tendrá vídeos y páginas llenas de información sobre cómo conseguir cada una de las misiones o desbloquear a cada uno de los personajes.

Y, si aún así tienen dudas, pongan un comentario en este blog y trataré de echar una mano.

Comprando videojuegos de LEGO

Están disponibles para PC (algunos a través de Steam) y consola (XBox, PS, Wii y Nintendo DS, normalmente). Mi recomendación en este caso siempre es la consola. En PC se puede jugar, pero se pierde en gran medida el cooperativo, salvo mediante conexión de dos PC. Si tiene dos PC, adelante, pero claro: deberá pagar dos licencias.

El precio de estos juegos puede variar enormemente según la plataforma. No es lo mismo un juego para XBox ONE, que suele estar por encima de los 50€, que para PC -30€- o Nintendo DS -25€-. Además, como en todos los títulos, depende de cuánto hace que salió el precio será mayor o menor. Cuando se anuncia que va a salir un juego de una franquicia, normalmente el anterior baja drásticamente de precio. Aún así, un juego no suele bajar por debajo del 50% de su precio inicial si no es de segunda mano.

Conclusiones

¿Tiene hijos consoleros, pero está cansado de tener muñecos de Skylanders y Disney Infinity por toda la casa? Entonces, los videojuegos de LEGO son una gran opción. No digamos si tiene al menos dos niños. Cooperativos, largos, emocionantes y divertidos. Sus hijos disfrutarán de sus héroes favoritos en un mundo familiar y agradable como es LEGO.

Para padres, abuelos, tíos... Quien quiera regalarles algo y no sepa qué, un videojuego de LEGO es siempre una apuesta segura. Sólo entérense de a qué consola juega y cuál de los títulos no tiene aún. A partir de ahí prácticamente cualquier juego de LEGO será una maravillosa fuente de entretenimiento.

Si tiene un rato con sus hijos, aunque no sea jugón recuerde que compartir momentos con ellos es estupendo: ¡cojan un mando y disfruten!

martes, 10 de junio de 2014

El virus de los colores

En mi trabajo solemos tomarnos un café por la mañana en la oficina. Charlamos de todo un poco, y normalmente con buen talante y estupendos resultados. Los lunes suele haber algo sobre fútbol o la última carrera de Formula 1. Abundan temas de ocio, como las series de televisión o el cine. A veces entra en juego algún tema relacionado con la política, sobre los colegios, tal ley o tal otra. Mientras no se mencione a ningún político o partido, suele haber un alto grado de acuerdo y, desde luego, un ambiente agradable.

Pero alguna vez se menciona a un político, una medida concreta claramente ideológica o a un partido. Entonces da la sensación de que estamos en un estadio de fútbol: la gente se pone tensa, la discusión sube de tono y lo que antes parecía acuerdo de pronto no lo es. Surgen las desavenencias, que ha habido siempre, pero esta vez de forma más exacerbada. Hay quien termina saliendo de la cocina considerablemente picado, iracundo, enfadado.

Cuando se sufre la enfermedad del virus de los colores, no importa cuán de acuerdo se esté: si el otro tiene otra ideología, preferiblemente presentada en su banda azul-roja, es el enemigo. El compañero pasa a ser "ese fachorro" o "el rojo". Da igual cuán bien trabajen juntos normalmente, mientras el virus ataque quien opina diferente es del otro bando.

No quiero ponerme a analizar cuándo y cómo empezaron los cien años de estupidez, esos cien años que, bando tras bando, constitución tras constitución, fue radicalizando las mentes patrias y alimentando este virus maligno que nos infunde tamaña ira y tontería cuando tratamos sobre política; así hasta que nos dimos de tortas y acabamos con la vida de medio millón de personas por todo el país. Parecía en el 78 que podíamos ponernos de acuerdo, que la tranquilidad se iría estableciendo y que esos radicales que gritaban a unos u otros en las calles clamando en época del gran cambio constitucional irían siendo poco a poco cosa del pasado. Así, hasta que pudiésemos mirarnos de igual a igual con estados vecinos como Francia, Reino Unido, o Alemania.

Nada más lejos de la realidad. El virus de los colores, sin que nos demos cuenta, se nutre de la infelicidad y se manifiesta con virulencia en tiempos difíciles. Nos alienta a deshacernos de ese estrés que provocan las tristes situaciones personales y familiares que vivimos y nos hace buscar enemigos cuando más amigos deberíamos poner a nuestro lado. La estrategia del enemigo exterior es efectiva, tanto a nivel gubernamental como personal. Igual que Estados Unidos crea guerras para que la gente no piense en galopantes crisis económicas, el virus hace enemigos a quienes tienen más cosas en común con nosotros de lo que queremos o podemos ver, olvidando con ello nuestra frustración o, al menos, dándole una salida a nuestra mente para desahogarse y poder volver a casa con otra cosa que comentar que no sea que aún no me han pagado. Por lo menos sentimos que estamos luchando, aunque lo que hagamos sea hundirnos más aún en el fango.

Tenemos cosas en las que estamos de acuerdo. Podemos elegir buscarlas, identificarlas y hacernos amigos del que piensa diferente apoyándonos en lo que compartimos o tomar nuestras banderas absurdas de color azul, rojo, verde o morado y enarbolarlas en busca de bronca callejera. Podemos luchar con nosotros mismos, dejando la bandera en casa, haciendo el esfuerzo de olvidar lo que nos separa por un objetivo común o elegir quejarnos, echar pestes al de enfrente y luchar entre nosotros porque así, sin pensar (que eso duele) podremos volver a casa pensando que nos hemos movilizado y que es otro el que tiene la culpa.

Conozco a gente de derechas e izquierdas. Incluso incolora (yo lo soy). Todos están de acuerdo en que hace falta una reforma de la ley electoral. Todos están hasta las narices de que los maletines pasen de mano en mano y que cuando vemos el famoso hemiciclo no sepamos quién trabaja ahí y quién no o por qué cobran algunos. Todos. Pero entonces, si estamos de acuerdo... ¿por qué no nos dejamos de tonterías?

El 15M puso de acuerdo a media España. Era un movimiento incoloro. Nació incoloro. Recuerdo hablar en aquella época con una pareja claramente derechista y les parecía un movimiento con sentido. Ilusionaba. La gente se lanzó a la calle para exigir un cambio. Un cambio de todos, sin banderas. Sin embargo, el 15M se coloreó. Y se coloreó porque quienes quisieron cambiar una cosa fundamental, como es la forma en que se nos representa, pasó a querer cambiar más. Paso a políticas concretas. Se formaron grupos de trabajo para hacer peticiones concretas de políticas específicas como educación, sanidad... Y ahí, amigos, están los desacuerdos. Pero son desacuerdos que, pese a que son grandes, pueden ser gestionados. Podrían serlo si la oferta de candidatos fuese mayor. Si la gente encontrase alternativas de diálogo. Pero en nuestro sistema, donde el poder está en los partidos porque la Transición así lo requería, no puede haber alternativas, ni diálogo, ni candidatos con más diversidad que quienes pasan por el politiqueo interno del sistema del maletín y el cierre de filas. Los partidos obtuvieron poder y no quieren soltarlo. Y así dan igual la sanidad, la educación o las energéticas.

Soy republicano, pero me da lo mismo si hay Rey o Presidente, siempre que pueda elegir a gente competente para mandar en mi país. Me da lo mismo si la gestión de la sanidad es pública o privada si me da lo que quiero: que sea universal y de calidad. Me da lo mismo si mis hijos van a un colegio público, privado o concertado si sé que se garantiza su futuro y se le ayuda a ser dueño de su felicidad, a él y a toda su generación por igual, nazcas en la provincia en que nazcas y tengas el dinero que tengas. Todo eso lo decidirán personas competentes si conseguimos que las haya. Me da lo mismo si en el país no hay ninguno, hay dos, ocho o cien partidos mientras yo tenga mayor capacidad de elección: más oferta de candidatos, que se puedan presentar de una forma más libre y que me representen de verdad.

Entonces, cuando tengamos gente competente, hablamos de todo lo demás. Con capacidad y condiciones. Cuando podamos, como pueblo, decir "hasta aquí hemos llegado" y tengamos los mecanismos para meter un puro de los buenos a quien ha robado dinero público, trataremos qué hacer con el que nos queda. Cuando realmente tengamos el poder y un claro ejercicio de nuestra soberanía, nos dedicamos a discutir en un hemiciclo en condiciones qué políticas queremos tomar.

Haya Rey o Presidente, se gestionen como se gestionen los hospitales, mientras el gobierno, los jueces y cada representante de las Cortes se elija como se eligen hoy esto, señores, es una gran chapuza. En eso, aunque les cueste creerlo, estamos casi todos de acuerdo. Así que controlen al virus de los colores, respiren hondo y vayan a tomarse un café con el rojo o el facha de turno, a ver qué solución le vemos a todo esto. Porque a este paso reirán los de costumbre mientras nosotros, estúpidos como siempre nos damos castañas ondeando banderitas... de colores.

viernes, 6 de junio de 2014

Guías para padres sobre videojuegos

Mi mujer y yo rondamos los 40 y tenemos dos niños de 8 y 6 años. La mayor parte de nuestros amigos no tienen ni idea de videojuegos (ni de juegos en general, qué triste...), por lo que al final nos convertimos en una especie de consultores sobre juegos. Para todos aquellos que tengan niños en edades cercanas a las de nuestros hijos, inicio aquí una serie de artículos sobre videojuegos estupendos.

De momento trataré sólo juegos de cierto presupuesto y duración, no los llamados casual. La lista es:

Minecraft
Para PC, Mac, XBox 360, PS3 y tablets Android e iOS. PEGI 7, aunque admite menor edad según el modo de juego que se use.
Ver guía de Minecraft
Series LEGO
Para PC y consolas varias. PEGI entre 3 y 7, dependiendo del título.
Ver guía de LEGO
Skylanders
Próximamente.
Disney Infinity
Próximamente.

Guía para padres sobre videojuegos: Minecraft

Si no conoce Minecraft ya sabemos algo: no tiene ni papa de videojuegos y estas guías son para usted. Minecraft es muy conocido, y un auténtico juegazo. Es tan conocido que incluso LEGO ha creado una línea de construcciones temática.

El Juego

Trata de un mundo 3D que se puede recorrer libremente. Tiene árboles, mares, ríos, rocas, tierra, plantas, cascadas, lava, viejas minas, animales... Su hijo podrá explorarlo y manipularlo. Podrá talar árboles, construir casas y jardines, cultivar, criar ganado, asar filetes, hacerse sus propias herramientas, domar caballos y cabalgar con ellos... ¿Y es suficientemente grande como para cubrir muchas horas de juego? Pues es... Enorme. No, enorme no: enooooooooooooooooooooooooorme. ¡Es mayor que la superficie terrestre! Mucho para explorar, ¿no cree? Además, Minecraft genera un mundo nuevo, aleatorio, en cada partida. Cada mundo es diferente al anterior. O sea, que imagine las horas que da eso...

Tiene varios modos de juego. Los dos principales son el creativo y el modo supervivencia. El creativo permite a los niños construir lo que deseen. El juego se vuelve una especie de LEGO a lo bestia. Hay gente que construye estadios, ciudades enteras, monumentos...

El segundo modo es supervivencia. En él los jugadores tienen recursos limitados, y deben obtener todo lo que necesitan del entorno. Imaginen que despiertan en un mundo desconocido, con sus árboles y montañas. ¡Deben sobrevivir! Eso es el modo supervivencia. Buscar un refugio, conseguir madera, hacerse una mesa de trabajo, una horno de piedra, obtener algo de carbón o leña para calentar comida, cazar, cultivar, extraer hierro de las montañas. Aprovechar los días y, luego, al caer la noche... Meterse en la cama mientras los monstruos acechan en el bosque. ¡Una aventura extraordinaria! Desde luego, el modo supervivencia da la opción de elegir el nivel de dificultad. Para los más pequeños está el pacífico, sin monstruos.

Beneficios de Minecraft

Cosas muy positivas de Minecraft para los niños (y no tan niños):

  • Potencia la visión espacial.
  • Dispara su creatividad. En modo creativo pueden hacer casi lo que se les antoje, sobre todo edificios enteros con su mobiliario y luego recorrerlos.
  • Enseña a establecer prioridades. En el modo supervivencia deberán usar su sentido común para establecerlas. Todos sabemos que, por mucho que nos guste, decorar una casa no es lo más importante cuando rondan monstruos cerca.
  • El modo supervivencia (y no digamos el hardcore, que es un supervivencia de una sola vida) fomenta la toma de decisiones críticas en momentos de tensión. ¿Te caes a una sima profunda? Pues ya puedes pensar rápido, ¡porque en cuanto la noche caiga esto se llenará de arañas!
  • Un modo supervivencia en red es cooperativo. Y como todo cooperativo, ayuda a sentar las bases de un buen comportamiento de equipo: reparto de tareas, responsabilidad, ayuda mutua...

Aprender a Jugar

Dado que los primeros pasos en el modo supervivencia pueden ser complejos si su hijo no tiene referencias de otros amigos, considero que lo mejor es que empiece con el modo creativo. Más tarde, cuando alguno de los padres pueda jugar con él, podrían empezar con el modo supervivencia, previo vistazo a un tutorial de inicio. Por lo demás, Minecraft no es un juego complicado en absoluto, pero dada la cantidad de cosas que se pueden hacer en él, el modo supervivencia sí puede requerir sitios web de referencia.

Comprando Minecraft

Está disponible para ordenador (PC o Mac), consola (XBox 360 o PS3), tablet (Android, iOS) y otras plataformas (FireTV y Raspberry Pi, que si no saben lo que son créanme que ni falta que les hace). Mi recomendación absoluta es ordenador personal, ya sea PC o Mac. El resto, aunque son más baratas, tienen muchas menos opciones. Muchísimas menos. Salvo que no tengan un PC o Mac disponible, en cuyo caso las otras están bien, les recomiendo sin ningún lugar las de ordenador personal.

En el caso de adquirir la versión para PC, Minecraft no está disponible en tiendas. Hay que adquirirlo directamente en el sitio web de Minecraft. Para tablets, por supuesto, en las tiendas correspondientes: AppStore, PlayStore, etc. En el caso de las consolas, sí lo hay en tiendas de juegos.

La licencia de Minecraft para PC o Mac, que es la que recomiendo, cuesta algo menos de 20 euros. No es un juego caro. Aún así, disponen de una versión de demo que permite jugar 100 minutos. Lo mejor, ya sea en modo demo o con licencia, es que permanece actualizado: si mejoran el juego, tranquilo porque la última versión se descarga automáticamente. No tiene pinta de que vaya a haber nunca un Minecraft 2 ni cosas por el estilo. El precio para tablets es de 5'49€. En el caso de las consolas, viene a costar unos 20€, igual que la de PC.

Conclusiones

Minecraft es espectacular. Recomiendo, si se tienen dos ordenadores, instalarlo en ambos y adquirir dos licencias: juntas valen menos que un triple A recién publicado. Un juego entre padres e hijos es enriquecedor para ambos: mejora la relación, crea vínculos extraordinarios y permite compartir experiencias fantásticas. Si se tienen dos niños, además, permite que jueguen juntos y colaboren... ¡por el bien de su supervivencia!

Con más de 12 millones de jugadores, créanme si les digo que Minecraft es una experiencia digna de ser vivida. Si a sus hijos les gustan los videojuegos y eso de los tiros creen que no es adecuado, Minecraft es su juego. Y si pueden compartir la experiencia con ellos, el nivel de complicidad con sus hijos crecerá de lo lindo.

Que lo disfruten.

jueves, 5 de junio de 2014

Democracia

Vaya por delante, para dejarlo claro y que no se me atribuyan ideologías que no son, que yo soy republicano. Ni de izquierdas ni de derechas, pero sí republicano. No es que el Rey me caiga mal, ni el resto de la Familia Real. Soy republicano porque no sé por qué un señor tiene más derecho que yo a ocupar un puesto cualquiera, por muy hijo de su padre que sea. Ni hay más argumentos ni falta que hacen. Me da igual que tener Rey sea más caro o barato que un Presidente de la República. Me da igual si la formación que reciben es mejor o peor. Todo eso me da igual ante el hecho fundamental de que se trata de una situación de clara desigualdad amparada por la ley.

Pero, por encima de republicano, soy demócrata. Eso significa que acepto que en las Cortes hay unos señores que hemos elegido entre todos. Si hay más con ideas que me gustan, me alegro. Si no, pues no me alegraré tanto, pero lo acepto. Lo acepto porque soy demócrata, porque considero que tengo tanto derecho a opinar como quienes opinan de forma diferente a mí, y porque creo firmemente que esa gente que vota otra cosa es tan lista como yo, tan maja como yo y tan importante como yo. Tiene mis mismos derechos y merece que su opinión se tenga en cuenta igual que la mía.

Existe un procedimiento para establecer la sucesión de la jefatura del estado. Ese procedimiento pasa porque los españoles elijamos si nos gusta el nuevo monarca o no, si bien no directamente, sí a través de nuestros representantes. Y, si ese procedimiento existe, me pregunto, ¿a qué viene ahora manifestarse para pedir un referéndum? La pasión española por las manifestaciones, que solo compite en afición con el fútbol, ya raya el folclore. Nos manifestamos por todo. Pero lo que me parece espeluznante es manifestarnos pidiendo democracia cuando lo que hacemos es no aceptar el resultado de la misma.

Asumamoslo: los monárquicos ganan. De un 70% de popularidad en años previos a la crisis, nuestro monarca ha pasado a algo más de un 50% en su peor momento. Eso, con el Rey: Felipe tiene bastante mejor imagen hoy día. Así pues, pedir un referéndum que me parece claro que vamos a perder es una tontería, pero más lo es si hay mecanismos constitucionales para cambiar las cosas y no tiramos de ellos... porque no podemos. Porque el republicanismo es aún minoritario. Porque las elecciones, tanto que se cacarea del fin del bipartidismo, las ganó el PP, que junto al PSOE apoya al Rey en este aspecto. En las últimas elecciones, en las que peor parados han salido, suman casi el 50% de los votos. Me guste o no a mí, les guste o no a los manifestantes, casi la mitad de los votantes ha elegido esos representantes. Si no gusta a los votantes del resto de partidos, me parece fenomenal y lógico, pero de ahí a creerse de pronto adalides de la democracia exigiendo un referéndum solo porque quienes ganan tienen ideas diferentes, no amigos: eso no. Eso es de todo menos democrático. ¿Se manifestarían exigiendo una consulta si estuviésemos en un sistema republicano y llegase el momento de elegir presidente? ¿Querrían preguntar si se quiere cambiar el sistema por una monaraquía?

En democracia, las derrotas se asumen, las decisiones que se toman contrarias a nuestra opinión se asumen. Se asumen o se lucha por ellas con los mecanismos correspondientes, pero siempre teniendo en cuenta y respetando la opinión de la mayoría. La mayoría, nos guste o nos pese, ha hablado. O hablará en breve en una votación de ratificación del nuevo Rey. Eso es democracia. Manifestarse cada vez que algo no nos gusta empieza a ser una mala costumbre.

Harina de otro costal es si realmente quienes se sientan en las Cortes me representan como es debido. Creo que es evidente que se hace necesaria una reforma de las reglas que rigen la elección de nuestros representantes: la ley electoral. Pero resulta que en las últimas generales, en 2011, ¡más de un 70% de los votos válidos fueron al PP y el PSOE, que no llevan en su programa ninguna reforma de esa ley! ¿De qué nos quejamos? Esa necesidad de cambio de la ley es mi opinión. Creo que es la mayor prioridad ahora mismo en España, porque de ella depende la elección de prácticamente todos aquellos que trabajan en decisiones que afectan a nuestro futuro y el de nuestros hijos. Evidentemente, las prioridades de un 70% de los españoles fueron otras diferentes a las mías a la hora de votar. Ese 70% de votantes no es gente estúpida que no tiene dos dedos de frente: es gente como yo. Y a la aceptación de su elección, por mucho que pueda pesarme, se le llama respeto. Y eso es democracia.

El acto de votar es un mecanismo democrático, no la democracia en sí. La democracia es mucho más. Un país no es más democrático por votar absolutamente por todo. Un país que vota por todo es, simplemente, ineficaz, no más democrático. Quien pide un referéndum o unas elecciones anticipadas o cualquier organización de un sufragio no es más demócrata por ello que quien acepta las reglas, igualmente democráticas, que rigen el sistema representativo, que para colmo es mucho más eficaz.

La democracia es aceptar que otros piensan diferente, tienen prioridades diferentes y votan diferente. Es aceptar que si la mayoría piensa de otra manera se hace lo que ellos dicen, siempre que con ello no violen mis derechos fundamentales. Y si creo que se violan, hay mecanismos para quejarme. La democracia es el uso de esos mecanismos del sistema que nuestros padres (Rey a la cabeza) diseñaron en un momento crítico de nuestra historia, para hacer lo que queremos. Pero cuidado: hacer lo que todos queremos no es hacer lo que quieres tú y lo que quiero yo, porque tú y yo podemos estar en desacuerdo: es hacer lo que quiere la mayoría. Si no eres parte de la mayoría, ya lo serás, o no, pero tío: sé demócrata. Si no te gusta, lucha por convencer, por salir elegido o por que se elija lo que quieres. Pero ni el repartidor de pan tiene que llegar tarde porque a ti no te gusta lo que piensan los demás, ni tengo que gastarme mis impuestos en pagar un despliegue policial porque quieres invadir la calle para protestar por un resultado democrático al grito de "exijo democracia", que manda narices. Democracia es lo que tenemos. Hemos perdido. Asúmelo.

Nuestros padres fueron demócratas porque priorizaron el acuerdo sobre sus diferencias. Aceptaron que otros tuviesen cabida fuesen del color que fuesen por encima de vencer o quedar mejor en las elecciones. Nuestros padres ganaron o perdieron elecciones por primera vez, porque nunca antes habían votado, y supieron callar y aceptar. Y así nació la democracia en este país: con el acuerdo por encima de la diferencia. Nadie se manifestó por perder. Hoy cacareamos clamando democracia y está claro que no sabemos qué es eso ni qué valores implica. Y tendría guasa que lo que tanto ha costado conseguir muera lentamente al grito de "democracia".

miércoles, 4 de junio de 2014

¡Tecnología en el colegio... ¿al fin?!

Si ha leído más posts de este blog, seguramente se habrá dado cuenta de que apoyo firmemente la idea de que debería enseñarse computación en el colegio. Desde hace algunos años se ha puesto de moda la creación de talleres, campamentos y extraescolares de programación y robótica. La programación suele darse con Scratch, un lenguaje para niños desarrollado por el MIT. La robótica empezó a popularizarse en los colegios gracias a LEGO, que oferta dos soluciones para la formación tecnológica: WeDo y Mindstorms.

He tenido la oportunidad de conocer de cerca dos talleres a los que han acudido mis hijos: uno de Scratch y otro de WeDo. De ambos salieron encantados, sobre todo el mayor (el pequeño aún es demasiado pequeño, creo yo). En el de WeDo, además, tuve que resistirme a sentarme y ponerme yo a toquetear y hacer cosas. Aunque voy a analizar estas dos experiencias y sacaré cierta parte negativa, vaya por delante que cualquiera de estas alternativas es mejor que no tener ninguna. Acercar la computación al colegio es fundamental, y estas actividades, en cualquiera de sus formatos, son un acierto.

¿Qué hay, pues, de negativo? En los dos casos, mis hijos siguieron un tutorial. Al llegar a casa, el mayor quiso enseñarme lo que había hecho con Scratch y fue incapaz, aunque me hice una idea de lo que quería y le eché una mano. Los tutoriales están bien para según qué cosas, pero no me parece el mejor modo de conseguir que aprendan y adquieran ciertas bases. Les gusta ver cómo un avión tiene una hélice que gira a diferente velocidad según lo inclines más o menos, pero ni saben por qué ni tienen idea de cómo hacerlo si no es ejecutando el tutorial.

Podría decirse que cuando hagan muchos irán aprendiendo. Es posible. Pero pasan dos cosas: La primera, que lo dudo. No tengo claro que lleguen a aprender realmente ciertas cosas básicas tras ochenta tutoriales. La segunda, que aunque así fuese, si les dieses cierta información en menos de la mitad de tutoriales aprenderían bastante más. E, insisto, prefiero eso a nada.

Este tipo de actividades entretienen mucho a los chavales. Salen encantados, pero eso no significa que aprendan gran cosa. Además, considero que es una oportunidad perdida de enseñarles conceptos muy útiles, no solo tecnológicos, sino también científicos en general. Si los niños aprenden a programar (no a seguir tutoriales) pueden dar un salto cualitativo en su formación de matemáticas, física, química, biología... De todas esas materias (incluso no científicas, como literatura) se pueden hacer proyectos muy entretenidos.

Se pueden hacer proyectos relacionados con probabilidad, como algún juego de azar. Se pueden hacer sobre cinemática clásica, programando tiros parabólicos con un cañón (¿recuerdan el Kitten Cannon?). Pueden hacer simuladores de configuraciones electrónicas. Incluso algún juego simple de genética (o selección natural). Pueden hacer generadores de palabras y darles estilos, aprendiendo con ello los principios de los diversos géneros literarios o las diferentes formas poéticas.

Pero eso no vale de nada si el niño no sabe programar. Y no sabrá programar si no se le explican ciertos principios básicos. Para que se enseñen esos principios se requieren dos cosas: Una, que la formación sea a un plazo aceptable. Dos, que el profesorado tenga esa formación.

La enseñanza de la programación (o de la robótica, que al fin y al cabo tiene un alto componente de programación) debe darse de forma continuada y con un claro objetivo de enseñanza, no de mero entretenimiento. Para ello, lo mejor es que una de dos: o sea una extraescolar dada en condiciones (no es lo que veo de momento en las diversas empresas que he visto por ahí) o forma parte de la enseñanza que proporciona el centro. Hay, por ejemplo, muchos institutos públicos que han introducido en las aulas estas actividades, y se enfrentan en competiciones nacionales e internacionales. Pero no hablamos de talleres o campamentos, sino de una asignatura en toda regla.

De momento me tengo que aguantar con lo que hay. Mis hijos irán este verano a un campamento tecnológico que, pese a no ser lo que me gustaría, es un buen acercamiento de la tecnología a sus vidas. No el mejor que yo hubiese querido, pero es mejor que nada, no hay duda.

En definitiva, señores profesores, directores y personal docente y relacionado: pónganse las pilas. A los públicos, mi enhorabuena, porque veo que hay muchos que llevan algún tiempo adaptándose. No sé si tendrán la mejor formación en programación, pero seguro que sí poseen la pasión por la enseñanza necesarios para aportar mucho a sus alumnos y acercarles a este mundillo. Esos profesores son visionarios, al 100%. Y digo públicos porque, por lo que veo, son los centros donde este tipo de actividades están más desarrolladas. A los privados y concertados, no saben ni lo que se pierden ni el coste que esto tendrá en su alumnado. Hay quien suele criticar el modelo público, pero aquí les llevan ventaja. Mucha.

¡Así que aceleren, señores, que pierden el tren!

martes, 3 de junio de 2014

Una razón por la que una escuela no debe parecerse a una fábrica

Ayer escribí un post titulado "10 razones por las que una escuela DEBE parecerse a una fábrica". El post era una respuesta a otro de Santiago Moll. Moll se refiere, sin duda, a las palabras de Sir Ken Robinson, aunque llevadas un tanto al extremo.

Yo creo que lo malo de que la educación actual se parezca a una fábrica es una cosa importante. Una. Solo una, y crean que me basta.

Cuando uno estudia las formas de producción de las empresas normalmente se encuentra con dos modelos: el de procesos y el de proyectos. Una empresa con una producción basada en procesos es aquella donde cada producto es igual al anterior, si no del todo sí en buena parte. El ejemplo típico son las factorías de coches. De ellas salen miles de coches cada día. Diferirán unos de otros en equipamiento o color, pero la realidad es que no es común que nos encontremos con una gran variedad: son todos prácticamente iguales. El segundo modelo es el de proyectos. Se trata de empresas que trabajan para clientes a los que deben proporcionar una solución única y totalmente personalizada. Por ejemplo, los estudios de arquitectura o ingeniería. No suele haber dos rascacielos iguales, ni dos puentes, puertos o aeropuertos iguales. La razón es que las características del terreno o los objetivos de cada proyecto son diferentes.

Yo trabajo en software: una industria de proyectos. En mi industria, un cliente puede pedir una aplicación con ciertas características y otro con otras totalmente distintas. Mi sector es relativamente joven, y no tiene los sistemas productivos tan estudiados como otras industrias. Sin embargo, ya se van asentando sistemas de gestión de proyectos avanzados. El objetivo de todo sistema de gestión de proyectos suele ser convertirlo en la mayor medida posible en procesos. ¿Por qué? Pues porque los procesos son más manejables, y eso redunda en menores costes y un aumento de la calidad final del producto.

Los procesos los gestiona una persona experta en operaciones. Supongo que lo habrán escuchado alguna vez: "jefe de operaciones". Las operaciones son todos los procesos que se repiten una y otra vez. La fabricación de coches, la manufactura de hamburguesas en una cadena de hamburgueserías, la atención hospitalaria... Todos esos sistemas están llenos de tareas repetitivas susceptibles de caer en manos de un "jefe de operaciones". A mí las operaciones me encantan, y es un deleite ver cómo, tras aplicar pequeños cambios en la cadena productiva se consigue un gran beneficio. Los procesos abarcan todo: incluso una empresa de proyectos tiene procesos. Muchos. Y, desde un punto de vista empresarial, cuantos más, mejor.

En definitiva, tenemos procesos y proyectos. Los procesos son típicos de fábricas. Los proyectos, típicos de estudios.

Y la razón por la que no me gusta que las escuelas parezcan fábricas hoy es que los niños son pequeños proyectos.

Siguiendo con una línea de pensamiento productiva, tenemos en nuestras manos un enorme potencial: el de todos y cada uno de los niños que están ahora mismo en edad escolar. Es una materia prima impresionante y de gran valor. Igual que a nadie se le ocurre usar hierro para calentar nuestros hogares y carbón para fabricar martillos, es absurdo permitir que un niño con pasión por la biología se dedique de mayor a la literatura y otro con aptitudes para la filosofía tenga que dedicarse a ser físico nuclear. La explotación de los talentos y aptitudes de cada niño es fundamental para lograr un alto aprovechamiento de esa magnífica materia prima. Cada profesional que se dedica a hacer aquello para lo que no está mejor dotado es una pérdida para nosotros como sociedad.

Pero aún peor si cabe, es una pérdida para la propia persona. Un profesional se siente mejor consigo mismo si se siente útil, y qué mejor forma de ser útil que haciendo algo que se hace bien porque se está dotado para ello. Nuestros gustos suelen ir en función de lo que hacemos bien, porque vemos que somos reconocidos por ello, porque se nos da bien. Porque nos sentimos mejor haciendo cosas que hacemos bien, obteniendo buenos resultados. Quien no hace lo que le gusta pierde motivación, y con ello productividad y felicidad. Y el coste de esa pérdida es muy alto para todos: para el profesional y para la sociedad.

Ahora miren a su alrededor. Piensen en todos los hombres y mujeres que conocen. Piensen en ustedes mismos. ¿Cuántos de ellos se dedican a lo que les gustaría? ¿Cuántos, creen ustedes, serían más productivos si se dedicasen a otra cosa? ¿Conocen alguna pasión que tengan esas personas y no exploten? Cada una de esas personas que les han venido a la cabeza son fracasos del sistema educativo. Y yo no quiero que mis hijos sean como ellos.

La escuela es una factoría de frustrados. Yo mismo soy un frustrado laboral, producto de esa factoría que no me gusta. No me gusta porque me llevo la frustración a casa y ni mis hijos ni mi mujer tienen por qué aguantarla. No me gusta porque mis hijos están en un colegio cuyo departamento de orientación ni se preocupa por sus intereses, porque yo no tengo ayuda de ningún experto (salvo el que yo me busque) para ayudar a mi hijo a encontrar su camino. No me gusta porque no le van a enseñar ni a él ni a sus futuros jefes de empresa y compañeros a trabajar en equipo ni a mandar, y así tendrá el ambiente laboral que tendrá y que muchos sufrimos. No me gusta porque cuando salga del colegio llegará a la universidad y tendrá que elegir una carrera para toda la vida (porque cambiar de profesión es difícil, amigos, sobre todo si tienes familia) con una edad con la que no tenemos ni idea de qué puñetas va todo esto y, encima, cambiar será complicado. No me gusta porque la formación es para niños y jóvenes, y la tecnología hoy va tan rápido que tienes que encontrar tiempo para formarte y adaptarte o te quedarás en paro con 40 para toda la vida. Porque, para colmo, ni el colegio ni la universidad están preparados para abastecer a las empresas modernas de aquellos profesionales que buscan y necesitan.

No me importa que los niños lleven uniforme, que suenen timbres al final de clase o tengan férreos horarios. Por lo que me importa que un colegio sea como una fábrica es que mi hijo es un proyecto de ciudadano participativo, útil y feliz; y veo que el sistema educativo trabajará conmigo para ayudarle a llegar a serlo solo si pasa por las estrictas y absurdas condiciones de su cadena de producción.

lunes, 2 de junio de 2014

10 razones por las que una escuela DEBE parecerse a una fábrica

Recientemente me llegó por Facebook un enlace a un artículo titulado "10 razones por las que una escuela se parece a una fábrica". El artículo es de un blog de un profesor que aboga por la interacción de nuevas tecnologías y educación. ¡Bien por él! Mi más sincero apoyo.

Supongo que estar en contra de cómo se hacen las cosas hoy puede llevar a terminar criticando lo que no está tan mal. Uno critica constructivamente y, un día, cruza esa línea de la racionalidad y pasa a decir cosas que, aunque parezcan muy bonitas, empiezan a estar poco fundamentadas... y corre el riesgo de acabar pasando al radicalismo. No ha llegado hasta ahí, pero con ese post sí ha cruzado la línea. Y conste que no critico el blog, que merece la pena, solo me parece que en este post se ha perdido la perspectiva.

La educación tiene cuatro actores principales: los niños, los padres, los profesores y las instituciones. El de Santiago Moll es un blog de profesor. El mío es un blog de padre. Supongo que ambos tenemos visiones diferentes del problema dadas nuestras diferentes circunstancias. Ignoro si el Sr. Moll es padre. Yo no soy profesor, pero lo fui. Mi mujer sí lo es y ejerce en un colegio.

Da la sensación de que el que un colegio se parezca a una fábrica es negativo. Se nos viene a la cabeza una imagen industrial y oscura de una fábrica del siglo XIX, de las de "Tiempos modernos". Pero una fábrica es así, y nuestra educación lo es también, por algo. Estoy de acuerdo en que no me gusta que sea como una fábrica en ciertas cosas, pero sí me gusta que lo sea en otras. Lo curioso es que en ese post sólo menciona las que sí me parecen bien, y ninguna de las que realmente me resultan criticables.

  1. El horario es rígido. No sé si se refiere al horario del colegio (la jornada escolar en sí) o al horario dentro del colegio, con el que se organizan los profesores. En cualquier caso, me parece estupendo que sea rígido. Yo, como padre, no puedo estar yendo a por mi hijo un día a las 3 y otro a las 5. Pero es que, además, no sé cómo pretende él alargar una clase si lo necesita: ¿no se mosqueará el profesor siguiente? En resumen, ¿qué propone? ¿Que los niños no sepan qué van a dar hoy? ¿Que los profesores tengan que ir improvisando si un compañero alarga o acorta una clase?
  2. Jornada. Un término que tiene de malo... ¿nada?
  3. Puntualidad. Yo me exijo puntualidad a mí mismo. Se la pido a mis amigos al quedar un sábado y a mis compañeros en el trabajo. Igual le da lo mismo que sus alumnos lleguen tarde, pero a mí me reventaba tener que explicar las cosas dos veces porque los alumnos de turno llegaban tan felices 10 minutos después de la hora. Evidentemente siempre hay casos y casos. Pero exigir puntualidad no es malo: lo malo sería no aceptar retrasos justificados y, hasta donde yo sé, mi mujer sigue anotando, pero no penando los retrasos.
  4. Productividad. ¡Esa palabra, bestia negra de nuestro país! Dejando aparte el estudio etimológico (el término "fabric" inglés hay quien piensa que también viene del latín), que se considere la productividad no me parece ni tan mal. La productividad y la creatividad no están reñidos y, de hecho, según en qué campos van de la mano. La pregunta es por qué quiero yo como padre que mis hijos sean creativos. Y quiero que lo sean porque así resolverán muchos problemas con mayor facilidad. Sobre todo, problemas que requieren de una "idea feliz", que no se redactan con un patrón. ¿Quiere evaluar eso? Es sencillo... Yo tenía un profesor de matemáticas que siempre nos ponía cinco ejercicios. De ellos, cuatro se ajustaban a patrones vistos. El quinto no. El quinto requería de pensamiento creativo. Quien no era capaz (porque somos todos diferentes y hay quien lo consigue y quien no), no resolvía el quinto problema. Aprobaba con notable, incluso, pero jamás con sobresaliente. El sobresaliente estaba reservado a aquellos que podían dar una vuelta más de tuerca a las cosas. Ese profesor era (y es, creo, si no se ha jubilado) un gran profesor. Muy bueno... Y nos enseñaba a ser bastante creativos, creo yo, dentro de su asignatura. Y podía hacerlo perfectamente dentro del sistema. Seguía midiendo a sus alumnos exactamente igual. Simplemente, se lo curraba más.
  5. Resultado. Pues igual que el punto anterior. Insisto en que resultados es lo que, como padre, quiero. No nos equivoquemos: resultados es lo que hay que tener. Y es lo que a mí me exigen. Y lo que le exigirán a mi hijo. Cuando dice al principio "la escuela está pensada para preparar a las personas para ayer y no para mañana", créame: si no exigen resultados les estarán preparando para nunca, porque mañana los exigirán también. Y no pasa nada. Y la diseñadora que tengo a mi lado en el trabajo, por mucha creatividad que le eche tiene que ser productiva y demostrar resultados, porque si no la despedirán, y con razón. Yo la despediría. Creatividad y productividad no están reñidos.
  6. Vestuario. Existe un argumento muy conocido en favor del uniforme: en centros donde hay grandes diferencias sociales mitigan estas diferencias gracias a que todos visten igual. Aunque no estoy plenamente a favor de este argumento, y no habla de uniforme, el vestir estereotipado proviene más de la moda que de las normas del colegio. Independientemente de esto, hay muchas empresas que tienen esas normas, debido a que sus trabajadores han de estar de cara al cliente.
  7. Timbre. Cuando yo era profesor era fácil que se me pasase la hora de terminar la clase. Me avisaba el profesor siguiente o, si no había clase después, alguno de mis alumnos. El timbre es una ayuda al profesor, no un problema.
  8. Reglamento. "La escuela se rige por un reglamento". ¿Prefiere la alternativa?
  9. Jerarquía. ¿Alguna alternativa?
  10. Arquitectura. La arquitectura moderna es así y lo es por algo. Si queremos edificios creativos y originales, genial. Pero son más caros. Creo que hay muchas cosas en que gastarse el dinero destinado a la educación que en pagar por edificios de revista de arquitectura. Y, conste... Seguro que aun en esos edificios hay áreas productivas y áreas de descanso.

Estoy de acuerdo al cien por cien con que la escuela actual está diseñada en el siglo XIX y que hay que cambiarla. También creo que hay que cambiar nuestro modelo energético y no por eso escribo un artículo sobre que las gasolineras parecen supermercados, con sus puntos de pago y todo eso. No hagamos retórica bonita y demagógica, porque acabamos alejándonos del problema real.

Mi queja como padre es que, como dice al principio de su post, a los niños no se les prepara para el futuro. Es más: me quejo de que no se les prepare para ser felices. Pero eso no creo que se arregle ni eliminando ciertas normas ni desenchufando el timbre. Mi hijo será más competitivo y creativo mañana cuando se le enseñe computación en el colegio; cuando le enseñen control financiero básico para manejar mejor el dinero cuando tenga esa responsabilidad; cuando se le enseñe a trabajar de verdad en equipo (no mandando trabajos en grupo sin decirles cómo organizarse); cuando la nota del examen no sea el 70% de la final; cuando se le diga qué se le da bien y se le ayude a explotar sus dones de forma efectiva; cuando pueda ser músico profesional, si quiere, sin necesidad de estudiar más horas que sus compañeros; cuando los padres podamos dejar y recoger a los niños sin hacer encajes de bolillos y así podamos disfrutar y ayudar en nuestra tarea de padres.

El colegio debería ser diferente por sus resultados, claro que sí: niños felices, que saben enfrentarse a la vida con una alta probabilidad de ser competitivos, encontrar lo que quieren hacer y ser felices haciéndolo. Que sepan majar su dinero, planificar su futuro y que tengan los instrumentos personales necesarios para conseguirlo. Y todo eso es medible y evaluable. Y conseguirlo es tarea del colegio y sus profesores, de los padres y de las administraciones.

Pero todo eso es bastante problema, grande y difícil de resolver, como para que nos fijemos en detalles absurdos como una forma alternativa de denominar a la "jornada escolar", ¿no os parece?