viernes, 23 de mayo de 2014

Ideas equivocadas sobre las elecciones (I): votos nulos, votos en blanco y abstenciones

A mí me gusta la política o, más bien, la politología. Lo que detesto es el politiqueo.

Esta mañana tuvimos en el trabajo una conversación sobre las próximas elecciones europeas, que son el domingo siguiente a escribirse esta entrada. En esa conversación surgieron las típicas ideas equivocadas que muchos tienen sobre el funcionamiento del sistema electoral y, más concretamente, los votos nulos, votos en blanco y la abstención. Para colmo, por la tarde leí un artículo de un reputado periódico hablando de este tema donde, al terminar, se mencionaba la "Ley D'Hondt" (que no es en absoluto una ley), diciendo de ella poco menos que lo contrario de lo que es. Así pues, y pese a que este blog no pretende ir de estos temas, sino de juegos, educación y un poco de frikismo, voy a tratar de explicar lo mejor posible a quién beneficia la abstención, los votos nulos y los que son en blanco. Y en un futuro post hablaré sobre la "famosa Ley D'Hondt".

Qué son los votos nulos, los votos en blanco, los votos válidos y las abstenciones

El conjunto de los votantes conforman el censo electoral. De este censo, unos irán a votar y otros no. Los que no van se consideran abstenciones. De entre los que van, algunos votan mal, de tal forma que su voto no se puede asignar a ningún partido o candidato. Por ejemplo, si se meten dos papeletas en un sobre o se tachan nombres de la papeleta. Esos votos son nulos. Todos los votos (no abstenciones) no nulos se llaman votos válidos. De entre los votos válidos, existe un tipo de voto llamado voto en blanco. El voto en blanco consiste en que no se mete en el sobre ninguna papeleta. Es válido, pero no se asigna a ninguna candidatura. El resto de votos, de gente que ha ido a votar (obviamente), ha votado bien y, además, ha metido papeleta de una candidatura, son los votos a candidaturas (cómo no, jeje).

¿A quién favorece el voto en blanco?

Resolvamos la primera duda: A los partidos únicamente se les asignan votos de su candidatura. No se les van a sumar ni los votos nulos, ni los que están en blanco ni las abstenciones. Nada de nada: solamente los votos que les hayan dado a ellos. Sobre esos votos se calculan los escaños (en el caso de España y otras democracias) que cada candidatura se lleva. Escucho por ahí cosas como "hay que votar en blanco, porque si te abstienes esos votos se los dan al más votado", o "hay que votar nulo, porque si votas en blanco...". Que no, señores: a una candidatura se le dan los votos que les proporcionen sus votantes, y solo los suyos.

Y de aquí resolvemos la segunda duda, aunque con una excepción que veremos luego: Dado que las candidaturas reciben solo votos que les den a ellos y que no se quedan ni con las abstenciones ni con los votos nulos ni con los que están en blanco, en cuanto al resultado electoral da igual si usted vota nulo, en blanco o va y se abstiene. No va a beneficiar ni a unos con lo uno y ni a otros con lo otro. Los partidos cuentan sus votos. Nada más. El resultado electoral será el mismo si ocho tíos se abstienen que si votan nulo o en blanco; o que si cuatro votan en blanco y los otros cuatro nulo; o dos se abstienen y los otros seis votan en blanco o lo que quiera que hagan que no sea votar a una candidatura correctamente. En resultado electoral, insisto, será el mismo.

La excepción: en blanco vs abstenciones

Solo hay una excepción a esto último, y es el caso de que haya, como pasa en España (salvo en las elecciones al Parlamento Europeo), un mínimo de votos exigidos para tener representación. Es decir, en España (y en muchos otros países) se exige que los partidos cuenten con un porcentaje mínimo de los votos válidos para poder tener representación. Relean lo que he escrito: "votos válidos". Para esto, y solo para esto, los votos en blanco cuentan.

Pongamos un ejemplo: 1100 votantes. 1000 votan válido, 100 se abstienen. De los válidos, 100 han votado a una formación minoritaria llamada MiniParty. Si el sistema le exige el 10% de votos válidos para tener representación, MiniParty puede obtener representación. Puede, digamos, legalmente... Que en principio le dejan, vamos. Pero igual con solo un 10% de votos, si los escaños a repartir son pocos no le dan ni uno. ¿Qué pasaría si esos 100 que se han abstenido hubiesen votado en blanco? Pues que, como los votos en blanco son válidos, se pasaría a 1100 votos válidos. El 10% de eso (mínimo exigido para que le dejen obtener representación) son 110. MiniParty ha obtenido 100, 10 votos por debajo del mínimo. Aunque hubiese suficientes escaños para obtener alguno, no se lo darán, porque no ha llegado a la representación mínima exigida. Es decir, a mayor voto en blanco en vez de abstención, mayor riesgo de que pequeños partidos se queden fuera.

En España esos mínimos son de un 3% en las elecciones generales y autonómicas, y de un 5% en las municipales. ¿Quiere decir esto que importa mucho para el resultado electoral si mi voto protesta es en blanco o una abstención? Pues veamos... Para que nos hagamos una idea, si todas las personas que se abstuvieron en las elecciones generales de 2011 hubiesen votado en blanco, el resultado habría sido idéntico. O sea, que no, señores. Que ni por esas.

El único caso donde sí existe ese riesgo, debido a que el número de votos es escaso, son las elecciones municipales. Y cuantos menos censados haya en el pueblo, mayor será en efecto. O sea, en un pueblo de 200 habitantes, sí, claro: abstenerse favorece a los partidos minoritarios y votar en blanco a los mayoritarios. Pero solo, insisto, en elecciones municipales.

"La abstención beneficia a la derecha"

Que no, que no insistan... Que abstenerse no beneficia a uno u otro partido. Esta frase me resulta un tanto molesta porque es una interpretación de datos que, expresada así induce a error. E induce a error porque, sencillamente, la conclusión de esos datos es errónea.

Existen datos electorales de elecciones en España que muestran que, a mayor abstención, mejores resultados de la derecha. Esto es cierto. Al 100%. Pero cuidado: esto no significa que la abstención convenga a la derecha. Si así fuese, el PP estaría pidiendo a voz en grito a la gente que se abstuviera.

Lo que ocurre es que normalmente los votantes de izquierda son más propensos a abstenerse. Es decir, si un 30% del censo se abstiene, es muy probable que un alto porcentaje de esas abstenciones sean de izquierdas. La consecuencia es que, cuando aumentan las abstenciones, normalmente sea porque los votantes de izquierda se abstienen, no los de la derecha, por lo que el resultado final es favorable a esta última. Pero cuidado: el problema para la izquierda no es que haya abstención: ¡es que se abstienen los suyos! Si se abstuviesen los votantes del PP, el PSOE daría palmas, no nos equivoquemos.

En definitiva, no es que la abstención favorezca a la derecha: es que la izquierda tiene un problema con la abstención entre sus potenciales votantes.

La interpretación del voto

Hasta aquí he comentado el efecto "sobre el resultado" de cada una de las tres opciones alternativas al voto a candidatura. Sin embargo, y pese a que ese efecto es prácticamente nulo, es cierto que la interpretación que se suele dar a cada una de ellas es diferente. Para entendernos, de forma breve, la abstención se considera que es un "no me gusta este sistema político" o "me importa un pimiento", el voto nulo un "no sé votar" y el voto en blanco un "me gusta el sistema, pero no las candidaturas".

Si bien es cierto que en muchos casos esta interpretación es correcta, creo que cada vez lo es menos. A tenor de las cosas que escucho (y que me llevan a escribir esta entrada), nuestra cultura política es tan baja que dudo que alguien se pregunte qué significa votar una cosa u otra. Al final, y dado que el efecto sobre los resultados es el mismo, la gente a la que no le gusta lo que hay en muchos casos simplemente no va a votar.


En fin, pues esto es todo por hoy: si se quiere saber más de estos temas, esperad a mi próximo post sobre el sistema D'Hondt y los distritos electorales. Ahora es vuestro turno para comentar: ¿qué opináis? ¿alguno ha votado alguna vez en blanco o se ha abstenido?¿Por qué?

lunes, 12 de mayo de 2014

La sociedad que nos espera este siglo

Esta mañana cogí el tren para ir a trabajar, como cualquier día. Como siempre, disfruté del viaje. Suelo sentarme junto a la ventanilla y miro el paisaje. Luego, cuando alguien se sienta a mi lado, charlo y me entero de las noticias. Que si los resultados de las elecciones, que si la que se ha liado en Barcelona, que si un huracán en La Habana...

Pero hoy no se ha sentado nadie a mi lado durante largo rato y me ha dado por mirar el tren y la gente que viajaba conmigo. Me he encontrado con que nadie hablaba. Antes todo el mundo charlaba, pero ahora todos quedan absortos en su sórdida tarea, que parece que repiten como tontas máquinas industriales, sin hacerse caso unos a otros: la lectura del diario.

"¿Están los diarios y su lectura aislándonos?", pensé. La gente ya no habla en los cafés: lee el diario. Hay padres que no hacen caso en el desayuno a sus hijos: en su lugar leen el diario. El otro día fui a un restaurante y en la mesa de al lado una pareja estaba absorta en la lectura de sus diarios en vez de mantener una conversación. ¿A dónde vamos a ir a parar?

Hasta ahora, veía a los ricos comprar esos cuadernos llenos de noticias que sólo les interesaban a ellos. Pero claro, con esto de que han llegado las máquinas y pueden imprimir tropecientos de una sentada, nos invaden los diarios. Los ponen baratos y todo el mundo compra uno. En vez de mantener la sana costumbre de conversar, la gente lee sus diarios.

Está bien leer, pero claro: con cierta moderación. Yo tengo libros de mi abuelo, incluso, y los mantengo y los leo. Pero o los leo cuando estoy solo, no como un sobrino mío, que estando el otro día en una comida familiar coge, comenta a mi hermano una noticia y saca el diario. ¡Y va mi hermano y se pone a mirar la noticia con él! Durante un rato los demás continuamos con nuestra conversación sobre el fútbol.

El fútbol... Otra cosa que tiene su aquél. Acaban de crear la Federación Española de Clubes de Fútbol o algo así. Dicen que en otros países tienen cosas parecidas. No voy a explicar de qué va eso, porque seguramente ya hayan oído ustedes hablar del deporte de moda. Los futbolistas, esos señores que dan patadas a un balón, resulta que ahora puede que cobren por ello. Mi hijo no hace más que irse con los amigos a la calle a jugar. Hombre... Un rato me parece bien, pero al final eso es una pérdida de tiempo. Como me decía un señor el otro día en el tren (uno de esos que conversa, no se aísla con un diario), los niños ahora ya ni trabajan ni nada: sólo piensan en el fútbol, y quieren salir a jugar en cuanto pueden. Entran en casa y lo primero que hacen es preguntar dónde está el balón. Un día lo tiro a la basura. ¿Qué ejemplo es ese para los niños, el de unos señores que ganan dinero por no hacer nada?

Eso, claro, si no se aíslan en el salón leyendo libros fantasiosos de ese tal Verne, que hablan de imposibles como ir a la Luna, en vez de hacer literatura como Dios manda, realista, que hable de los problemas de la gente y no de patochadas.

De todos modos, los jóvenes ahora lo tienen tan difícil que entiendo que haya adolescentes que no tengan interés por estudiar. Con todo esto de la industrialización del siglo pasado, y ahora con el petróleo y la electricidad, la gente se queda sin trabajo con facilidad. Ahora las máquinas lo hacen todo: con el automóvil, ya no hace falta gente que cuide los caballos, que acabarán por desaparecer. ¿A cuánta gente despedirán los servicios postales? Y, según dicen, en América ya hay una fábrica de coches que llaman "en cadena", donde un coche se fabrica con menos gente y más rápido. ¡Y el resto a la calle! ¿Quién espera ese tal Ford que le compre los coches si la mitad de la gente se queda sin trabajo? Los ricos, claro... Al final los coches serán cosa de ricos, los fabricarán máquinas y todo el resto de personas a la calle, sin poder ganar dinero ni para comprar el pan.

Nos creemos que somos dioses, jugando con la naturaleza, como esos hermanos americanos que ahora resulta que dicen que pueden volar con una máquina (cómo no) llamada aeroplano. ¿Imaginan, gente volando como si fuesen pájaros? ¿Han visto algo más antinatural? Entre tanto, en Reino Unido en breve fletarán un trasatlántico en que podrán ir más de tres mil personas. Nos creemos que podemos saltarnos cualquier norma y hacer lo que nos venga en gana con máquinas, y no es así.

Hemos estrenado siglo hace poco más de una década y no sé ya qué más hace falta para que la gente se dé cuenta que tenemos que cambiar algo o esta sociedad se irá a paseo. De ello depende que nuestros hijos puedan formarse y encontrar buenos trabajos en el futuro. Que siquiera puedan buscarlos, si es que una máquina no les quita el puesto. Hay que enseñarles a conversar, y evitar que se tiren el día con diarios y fútbol, que parece que ahora es lo único que hay. Y no me malinterpreten: no estoy contra el progreso. El alumbrado público con electricidad es estupendo. El progreso tiene cosas muy buenas para todos, pero con moderación. No podemos permitir que leer un diario o hablar por teléfono nos haga perder esa sana costumbre que es mirar a los ojos a otra persona y conversar. Y no he hablado del teléfono, que como siga extendiéndose hará que ya no tengamos ni que salir de casa para hablar con gente.

Aviso a navegantes despistados: sí, es ironía.

este texto está basado en lo que era la sociedad de 1910 a 1913. Supongo que habría gente que pensaría así. Sustituid "diario" por "móvil", "fútbol" por "videojuegos", los libros de Verne por cualquier autor de fantasía, ciencia ficción o cómics (a los que a este paso nunca darán un Nobel de literatura: ya escribiré sobre eso) e "industrialización" o "máquinas" por "tecnología" y tenéis un típico discurso anti-tecnológico y catastrofista de hoy. Como siempre, al final todo es una cuestión de educación.

miércoles, 7 de mayo de 2014

LOMCE y computación: otra oportunidad perdida

Convencido de que mis hijos deberían aprender computación, el año pasado tomé la iniciativa de ofrecer en los colegios de la zona una extraescolar de programación y otra de robótica. Todo por hacer que los niños aprendan a programar. No obtuve respuesta, salvo del colegio donde trabaja mi mujer: solo faltaría que ellos no me contestasen.

Escribí al responsable de extraescolares. Su respuesta fue que "no". La verdad es que es un colegio donde suelen decir que "no" a todo, así que no me extrañó mucho.

Este año, el hijo de la presidenta del centro se aficionó al Minecraft y, a través de una publicidad sobre un curso de programación de mods para ese juego, acabó yendo a unos talleres de computación básica. Mira por dónde, le gustaron, así que han decidido hablar con la empresa y ofertar un campamento de verano.

Recordatorio: la próxima vez debo escribir al hijo de la presidenta.

Mosqueos aparte (¿por qué siempre escribo un post por un mosqueo?), me parece una iniciativa estupenda. Todos los colegios deberían tener una extraescolar de computación. La computación es un conocimiento que dentro de 50 años se considerará aprendizaje básico. Igual que hoy no nos entra en la cabeza que alguien no sepa leer o escribir, porque lo consideramos imprescindible, en 50 años lo será tener una noción muy básica de computación.

Todo el mundo debería exigir al colegio donde trabajan o a donde llevan a sus hijos que se enseñe a programar. Y quiero que mis hijos aprendan a hacerlo, también. Lo mínimo y necesario, pero que sepan lo básico. Mis hijos irán a la extraescolar, si la organizan, por mucho que me duela que me hayan tomado por el pito de un sereno.

El caso es que ayer, en el club de fútbol al que van mis hijos, los padres hablamos de la nueva ley sobre educación (la LOMCE). No voy a meterme en cuestiones políticas, ni a favor ni en contra de la ley. Lo que me fastidia de todo el asunto es que de nuevo andamos con asignaturas de aquí para allá, reformas y cambios... ¡y seguimos sin computación!

China ha hecho obligatoria la programación. En Estados Unidos hay un movimiento de gran empuje llamado code.org que promueve la enseñanza de programación en el colegio. Muchos centros tienen ya en España (¡aleluya!) extraescolares relacionadas con esos temas. Señores... ¿¡pero a qué esperan!?

He buscado el artículo, pero no lo encuentro (editaré el post si lo consigo): hace un año o dos leí un post en que el dueño de un pequeño negocio en Estados Unidos hablaba del coste que tenía para él formar a una persona. Este hombre tenía una empresa dedicada, si no recuerdo mal, a la confección de telas o algo así. Evidentemente, su productividad se mantuvo a lo largo de los años, pero dados los costes escasos de producir en China, poco a poco vio cómo su negocio mermaba. No tuvo más remedio que comprar un sistema de producción controlada por ordenador.

El problema que tuvo fue que nadie en la compañía tenía ni idea de cómo manejar ese cacharro. Todos ellos eran obreros de formación elemental o profesional media y jamás se las habían tenido que ver con un ordenador. El hombre contaba orgulloso cómo contrató a un chavalín que sabía de ordenadores, aunque no de telas, y cómo consiguió no echar a nadie, porque sus contratados, con los que llevaba años, de quedarse en la calle muy probablemente jamás podrían volver a trabajar. Qué duro, ¿verdad? Les faltaba formación.

Manejar un ordenador no es simplemente aprender a controlar programas tipo Word o Excel, que es lo que suelen enseñar en el colegio de forma obligatoria. Aprender a manejar un ordenador y saber enfrentarse a él de forma medianamente intuitiva implica saber cómo piensan esos cacharros.

Casi todos los programas tienen funciones muy mejoradas si sabes algo de programación. En casi todos ellos tienes la opción de meter algo de código para hacer cosas para las que en principio no están preparados. Y eso va a más, porque adaptar un programa a las necesidades de todos y cada uno de los clientes es muy complicado. Así que para ser un buen profesional, competitivo en un mercado cada vez menos seguro profesionalmente, saber programar es una cuestión de supervivencia.

Y esto no es sólo válido para los obreros: los directivos no sabrán nunca lo que un ordenador puede hacer por ellos si no saben lo mínimo de programación. Saber programar es una parte importante en la implantación de tecnología en nuestras empresas. Es fundamental a la hora de hablar con técnicos y explicarles lo que quieres que hagan para ti o para tu empresa, o para calcular los beneficios reales de la implantación de una tecnología.

La implantación de la asignatura de computación de forma obligatoria marcará un antes y un después en la formación de nuestros hijos. Los últimos que no aprendan a programar tendrán una clara desventaja frente a los primeros que crezcan en un sistema que tenga computación como obligatoria.

Señores políticos, gracias: acaban de perder otra oportunidad estupenda de hacer que mi hijo esté en el grupo aventajado. Yo tengo suerte: sé que es fundamental que mis hijos aprendan esas habilidades y presionaré en favor de eso. En su colegio habrá programación aunque tenga que escribir al nieto de la presidenta. Y si no, se la daré yo en casa. Pero mucha gente de nivel cultural bajo no es consciente de esa necesidad y sus hijos, más dependientes de las decisiones que ustedes toman, llegarán al mercado laboral con una clara desventaja.

Nos planteamos cuándo tendremos un presidente que sepa hablar inglés. Yo, sinceramente, me pregunto cuándo tendremos un presidente que sepa programar. Eso, amigos, no se arregla con un traductor.

lunes, 5 de mayo de 2014

Mi hijo se está echando una partida, ¿y qué?

Llevo jugando a videojuegos desde los 8 años o así (la verdad, no lo recuerdo exactamente). Ahora tengo casi 40 años, y sigo jugándolos con gusto. Mis cuñados también. Y muchos amigos. No hablo de videojuegos tipo Facebook o apps para móviles: hablo de videojuegos “triple A”. Juegos con gráficos alucinantes y altos presupuestos donde jugadores de todo el mundo se enfrentan unos contra otros por el dominio del tablero.

Hoy tengo dos hijos. Ambos juegan a videojuegos, pero sólo uno, el mayor, es realmente un apasionado de ellos. Vivimos en una típica urbanización cerrada llena de niños, y él baja como uno más, al parque, a jugar con otros chavales de su edad. Y le encanta. Pero también le gusta jugar al Dota y el Starcraft de vez en cuando. Y jugamos juntos siempre que podemos.

Esa variedad, que para mí es estupenda, donde tiene de todo y disfruta de sus aficiones me doy cuenta de que no es bien recibida por los demás padres. Es común que les escuche decir que no tienen consola en casa “y mejor así”, que lo mejor es que los niños estén siempre que sea posible jugando al aire libre “para que les dé el Sol, por la vitamina D” o que no quieren que se vicien como les pasa a ellos.

Mi hijo mayor saca buenas notas. No es de tener todo sobresalientes, y hay que estar encima de él para que estudie, pero le preocupa no llevar algo hecho a clase y le fascina aprender. Para mí, más que suficiente. Sin embargo, mi hijo es un amante de todo y de nada. Todo le llama la atención, pero nada le apasiona realmente. A nada le dedica tiempo de forma habitual y sin límite. No juega al fútbol siempre que puede, ni al pádel en la pista de la “urba”, ni pide ir a patinar, ni lee con pasión. Todo le gusta, todo lo prueba, todo le atrae, pero a nada de ello dedicaría una vida… Salvo a los videojuegos.

Pero son videojuegos. Lo que en el fútbol es pasión, en los videojuegos es vicio. Los videojuegos son esa actividad que nada aporta a quien la practica, oculta al niño de los saludables rayos del Sol e impide que tenga una vida social “normal”. Y tienes que aguantar a padres soltando perlas tipo “no hay nada como el parque para los niños” cuando el tuyo no está por ahí porque se está jugando una partida online al Dota. Pese a que se relacione con los demás perfectamente y salga todos los días a jugar.

Y sufro al pensar que por una pasión que tiene, no pueda practicarla en igualdad de condiciones que los demás niños. Si al hijo de un vecino le gusta el fútbol, existen extraescolares para él. Si le gusta la natación, hay piscinas con clases en casi todos los ayuntamientos. Si le gusta el ajedrez, siempre hay un club cerca. Y los padres me dicen contentos que su hijo “va a fútbol” o a ajedrez. Pero mi hijo ni puede, ni tendrá un trato igual en lo que a su afición se refiere. En el colegio no hay extraescolar de videojuegos. Y no la hay porque nadie cree que eso tenga sentido y porque a ver qué pensarán los padres. En nuestro municipio no hay ni un club de videojuegos apoyado por el Ayuntamiento, por lo mismo, por supuesto. En España, encima, apenas hay campeonatos.

Y esto es así por desconocimiento y prejuicios. No es simplemente desconocimiento, no: son grandes prejuicios. El videojuego es negativo y se asocia con términos negativos.

Un videojuego es sano para un niño. Y dirán que no si se vicia. Por supuesto: nada lo es. Nada es sano con vicio. Pero de forma controlada, como todo, un niño aumenta su habilidad para tomar decisiones en situaciones críticas, mejora sus reflejos y su capacidad de concentración. La Universidad Queen Mary demostró que juegos como Starcraft aumentan la flexibilidad cerebral, parte fundamental del desarrollo de la inteligencia. Y según la Universidad de Padua, los juegos de ritmo rápido ayudan a los niños disléxicos a leer mejor. Y créanme: mejor que les opere un cirujano que juegue a videojuegos, porque de media cometerá muchos menos de errores en quirófano que uno que no suela hacerlo.

Si tu hijo juega al ajedrez, está recibiendo una positiva influencia, que le ayudará a ser más inteligente y a tener mayor constancia y disciplina. Los clubes no son al aire libre: suelen estar en un aula del colegio o en una sala de un centro cultural, como pasa en patinaje sobre hielo o artes marciales. Pero a nadie le importa. “Va a ajedrez”, dicen los padres, y todos se quedan contentos, porque ese niño, sano como ninguno, recibe la positiva influencia de una disciplina que nada tiene que ver ni con el Sol ni con el ejercicio físico.

Y que no se me malinterprete: me parecería estupendo que mi hijo fuese a la extraescolar de ajedrez del colegio. Pero preferiría mil veces que fuese a una de Dota. Dota es en equipo, tiene un componente estratégico más complejo e implica ciertas habilidades que el ajedrez no tiene. No trato de establecer una competición con el ajedrez, pero me pregunto, ¿por qué un niño va a ajedrez y todo el mundo se cree por ello que debe de ser muy listo y mi hijo por jugar a videojuegos parece que es un vicioso insociable?

Y es así porque existen prejuicios. La línea entre un vicio y una pasión es muy fina. Un vicio es una pasión que afecta a la propia integridad. Cuando uno deja de comer, de cumplir con sus responsabilidades o no va al baño por estar con la actividad que le apasiona, eso ya no es pasión: es vicio. Si un niño deja de salir al parque, se hace pis encima por no dejar de hacer eso que le gusta o deja sus deberes y estudios por estar haciendo algo que le apasiona, estamos ante un problema que hay que tratar. Es un vicio. Me da igual si esa actividad es leer libros (yo he leído a escondidas en clase y seguro que nadie critica que leyese), jugar a un videojuego, al Parchís, al ajedrez o al fútbol.

Pero entendámonos: mi hijo, como la mayoría de los que juegan a videojuegos, da a pausa para ir al baño, hace sus deberes igual de responsable o irresponsablemente por jugar a un videojuego que por salir al parque y pide comer cuando tiene hambre.

Yo debo decirle a mis hijos más veces que vuelvan a casa cuando están en el parque que las que debo pedir que dejen en pausa una partida. Y no veo el parque como un vicio. Mi hijo pequeño se ha hecho más veces pis encima por estar entretenido con compañeros estando en los columpios que jugando al LEGO Marvel en la XBox. Y no creo que tenga que llevarle al psicólogo.

No nos equivoquemos: los niños pueden viciarse. Y hay que controlarles los videojuegos. Pero yo también les controlo la cantidad de tele que ven cada día o el número de episodios de Pokemon que ven en el iPad. Y aunque muchos lo nieguen, les controlamos las horas de parque cuando les decimos que no se van a la “urba” hasta que merienden y hagan sus deberes. ¿O es que les dejamos? ¿O es que ellos no se irían pitando nada más llegar del colegio? Los míos sí, desde luego.

Todos nuestros hijos ven la televisión un rato al día. Me da igual que sea media hora, una o cinco: todos la ven. Yo preferiría que jugasen a un videojuego, porque creo que pulsar teclas a toda velocidad mientras toman decisiones críticas analizando muchos parámetros en apenas un segundo es bastante mejor para ellos que estar mirando cómo Spiderman lanza telarañas a Rhino (y me encanta Spiderman, conste) o Caillou llora porque se le pincha su pelota. Pero hay padres que te dicen que han comprado la Wii y parece que necesitan justificarlo “porque hombre, por un ratito los sábados no va a pasar nada, pero eso sí, una horita, muy controlado”. ¿Por qué no se justifican por tener una televisión? Señor mío: ¡que sus hijos incrementarán más su inteligencia y creatividad en esa hora que en las otras seis o diez que ven la tele a lo largo de la semana!

Los padres de mi urbanización son padres normales y corrientes de clase media-alta. Discuten del último Madrid-Barça, porque el día anterior miraban hipnotizados cómo unos señores luchaban por meter un balón dentro de una portería con sus hijos. Y lo hacen orgullosos: sin Sol, ni vitamina D; sin mover ellos ni un músculo; bebiendo una cervecita por una pasión que nadie les critica, cosa que celebro. Entre tanto yo luchaba (yo, no otros: yo) por colar mis tropas hasta la cocina del enemigo, arrasar torres del equipo contrario y celebrar con un “gg” una victoria merecida. Como hace mi hijo cuando le dejo, sólo en fines de semana. Todo muy controlado, sí, no vaya a convertirse en un cavernícola asocial, gordo y vicioso.

Sinceramente, prefiero mi experiencia a la suya. Prefiero que mi hijo aprenda a perder cayendo derrotado frente a un tío de otro país con quien chapurrea inglés que el que se ponga a dar botes porque el Atleti gana un partido. Con todos mis respetos al Atleti y su afición, de la que mis hijos forman parte.

Igual que se han vencido montones de prejuicios tontos a lo largo de la historia, se vencerá el de los videojuegos. En Corea del Sur el deporte nacional no es el fútbol ni el tenis: es el Starcraft. En Estados Unidos los chavales pueden recibir becas universitarias por jugar a e-sports (videojuegos). China tiene un plan estratégico para mejorar su presencia en las competiciones internacionales de videojuegos. Aquí, mientras, un padre convencido de que la pasión de su hijo no es mala en absoluto, tiene que escribir un estúpido post mientras su hijo se echa una partida. Y lo hago porque la gente tiene prejuicios; porque el Madrid, el Barça y el Atleti aún no tienen equipos de e-sports; porque si mi hijo mayor no lee suficiente es fácil caer en el “¡todo el día con los videojuegos!” (pese a que sólo juega los fines de semana), pero no decimos “¡todo el día en la urba!” (a donde va todos los días).

Me pongo triste por pensar que mi hijo ha nacido treinta años antes de lo que debería. Dentro de treinta años, cuando a él ya los reflejos no le funcionen igual y no pueda competir, espero que vea cómo en el colegio de enfrente ofrecen una extraescolar de algún videojuego y juntos podamos disfrutar de los triunfos de alguno de mis nietos, que libres de prejuicios representen a su club en competiciones y sean valorados por ello. Pero entonces a él se le habrá pasado el arroz y se le habrá negado una experiencia a la que tiene pleno derecho: la de hacer libremente partícipe a sus amigos, con o sin sus padres delante, de su afición. Sin miradas incrédulas ni comentarios sobre los beneficios del parque.

Hasta entonces, hijo mío, tu padre te apoyará siempre en tu pasión y pasaremos horas estupendas por los sombríos caminos del Dota y limpiando Aiur de zergs. Mientras, estudia, aprende, búscate un buen trabajo, monta tu propia empresa y sigue jugando, que está demostrado que el cerebro de la gente que juega a videojuegos envejece más despacio.