lunes, 26 de octubre de 2015

El día que todo cambia

Hace tiempo escribí un post sobre la fuerza de voluntad. En él comento que yo no es que tenga mucha. Siempre he visto grandes ventajas en tenerla. Pensaba en amigos y conocidos que sacan adelante casi cualquier cosa, y les admiraba en secreto, preguntándome por qué puñetas no me había tocado esa virtud a mí.

Entre tanto, mi inteligencia siempre ha sido alta, y siempre tenía que escuchar aquello de "con lo que vales". Habrase visto semejante estúpida frase. El caso es que al final oír hablar de mi inteligencia me fastidiaba. Aún hoy no me siento cómodo con el tema.

Yo creo en la sentencia del Tío Ben: "Un gran poder conlleva una gran responsabilidad". Esa frase y la Parábola de los Talentos son dos máximas en mi vida. Siempre les repito la frase a mis hijos cuando me pongo en modo padre aleccionador. Creo sinceramente que, como otras virtudes, la inteligencia es un gran poder, y siempre he sentido que de alguna manera nunca la he llevado con responsabilidad.

He escuchado alguna vez a padres hablar de sus hijos "de altas capacidades" y parece que es como que algo han hecho fenomenal o que les ha tocado la lotería del hijo molón. Otros, como Canajack, que se ha visto recientemente en esa situación, piensan, con más acierto creo yo, que les ha caído un marronazo o, como mínimo, una responsabilidad extra con la que cumplir.

Ser inteligente, a mi modo de ver, no es motivo de orgullo. Ser inteligente es como tener uno de esos destornilladores eléctricos en un mundo de herramientas manuales: tienes una buena herramienta, pero lo que habla de ti es lo que logres hacer con ella. Lucir superdotación es como hablar del maravilloso coche de carreras que uno tiene sin haber ganado ninguna competición.

Y yo, a día de hoy, no tengo nada que lucir. Pensaba eso con 35 años, lo pensaba con 38, y ese pensamiento, al borde de los 40, empezaba a ser duro.

Sin embargo, hace dos años mi vida cambió bastante. Estoy convencido de que el reconocer los defectos de uno te predispone a combatirlos. Defectos, problemas... Lo que sea. Y, de alguna manera, hace dos años algo cambió en mi cerebro.

Hace dos años tenía en mi haber una larga lista de proyectos empezados y nunca terminados. Esto incluía aplicaciones, blogs y todo tipo de iniciativas que jamás fueron terminadas. Ningún proyecto mantuvo mi interés durante más de un par de meses. De hecho, lo malo no era esa lista, sino que la otra, la de proyectos terminados, estaba a cero pelotero. Pero desde hace dos años me mantengo en un mismo proyecto, que está cerca de terminarse. Y hace año y medio que escribo en este blog. Es una gran mejora porque, gracias a esto, por primera vez en mi vida me veo capaz de terminar tantas cosas... Y me falta tiempo.

Ahora me encantaría disponer de más tiempo. Mucho más. Querría dejar la empresa en que trabajo para seguir con mis juegos, ahora que sé que los terminaré. Querría tener tiempo para escribir más. Para participar en política, tal vez. Para ayudar a otras personas en sus proyectos como hago ahora. Querría probar el algoritmo de inteligencia artificial que concebí a los 22 años, desarrollar la solución robótica para la limpieza de casa que pensé con 35, y crear, crear y crear. Decir esto con 40 puede parecer absurdo. Necesito hacer en los próximos 20 años lo que debería llevar haciendo otros 20. ¡No tengo tiempo que perder!

Más de uno se preguntará a qué viene todo esto. A nada, la verdad. Supongo que un blog es, entre otras cosas, para eso: para no necesitar que otro te proporcione una excusa para hablar de cosas de tu vida. Estoy contento y me considero una persona feliz. El tiempo, creo, porque aún queda mucho tiempo, me permitirá con suerte y esfuerzo poder mirar un día atrás y hablar de lo que hice con las herramientas de que disponía.

En fin, que... Para quien no se haya dado cuenta, tengo 40.

No hay comentarios:

Publicar un comentario